jueves, 29 de septiembre de 2011

JORGE BALLESTER, DESPUES DE 35 AÑOS

Da un poco de vértigo celebrar conmemoraciones que establecen grandes períodos de 30, 35, 40 años como balances de un trabajo, de un ejercicio profesional, de una trayectoria vital,  pues al realizar esa extensa y larga mirada hacia atrás con benevolencia y placer, se plantea de inmediato la pregunta de qué pasará ahora, qué sucederá las próximas décadas. En nuestro pais se suceden a menudo en los últimos tiempos esos balances. Y es que en cierto modo hace esos años el tiempo histórico cambió afortunadamente para muchos de nosotros.
Todas esas conmemoraciones estan marcando un punto de origen similar, una coincidencia generacional un poco inquietante. Somos las personas que en 1976, años más años menos, tras la muerte del dictador Franco, desarrollamos, impulsados por  la euforia de la libertad conquistada, un trabajo cultural y profesional de largo recorrido marcado por la recuperación democrática.
La inquietud procede de que esas conmemoraciones cada día se suceden más, hoy es un periódico que celebra sus aniversarios, mañana una compañia teatral, pasado un escritor de reconocida solvencia o un cantante de arraigado recorrido. Y el espectador, que por su edad no es protagonista, se pregunta: "una vez que desaparezcan esas generaciones ¿habrá algo más que conmemorar?"
A veces en España tenemos la impresión de que lo que no nació en la transición dificilmente puede encontrar un espacio sólido en el panorama cultural. Y no lo digo precisamente por mí o mis compañeros de profesión, que por fortuna y nacimiento tuvimos oportunidad de ser miembros activos de las generaciones de la transición. Sino por otros muchos nacidos en los 60, en los 70, que al parecer todavia no han podido desarrollar una voz conjunta generacional que marque una referencia histórica.
Estos pensamientos se suceden en mi cabeza a propósito de la monumental y apasionante exposición que presenta el artista Jorge Ballester, en solitario, en La Nau, el centro cultural de la Universitat de Valencia, balance de 35 años de trabajo pictórico realizado en silencio, en un tiempo en el que su proyección pública se aplicaba a la más sustanciosa profesión de diseñador y publicista. La exposición arranca en 1976, con los últimos cuadros firmados por el Equipo Realidad (sin el alter ego de Joan Cardells), y se para en hoy mismo, con unas recientes composiciones plásticas que confirman la capacidad artística de Ballester.

El discurso interno de la muestra se articula en cuatro argumentos, y precisamente el primero marca el origen de la memoria que establece Ballester en La Nau, los años de plomo, los años de una pintura sin concesiones ni ganas de complacer al auditorio informalista o seguidor del pop. El 76 es el año de la ruptura del Equipo Realidad y el intento de mantener la marca con otro interlocutor que no fuera Cardells sin alcanzar el resultado deseado.  Por eso los primeros cuadros de la exposición remiten a aquellas series de los cuadros de historia, de las reproducciones de fotografias documentales, marcadas por el blanco y el negro, por la gama de grises, por un tiempo que no regalaba el más mínimo respiro ni permitía bajar la guardia.
En cierto modo el impecable trabajo que ofrece esta muestra es una venganza inteligente dirigida a quienes pensaron que el acta de defunción del artista Jorge Ballester se escribió en 1976 al disolverse el equipo. Y no fué así porque surgió una nueva identidad, la del creador total, hijo de artista (Tonico Ballester) y sobrino de artista (Josep Renau), que siguió pintando no por construirse una profesión sino para alimentar una pasión.
Estos últimos años el psiquiatra y coleccionista Javier Lacruz ha realizado una investigación muy completa de los diez años del  Equipo Realidad. En ese libro se encuentra el auténtico testamento vital y artistico desde donde arranca la muestra actual de Ballester. Lacruz ha escrito la versión definitiva de esa década, incluso ha inventariado cuadros que no estaban catalogados, como el que reproduce el juicio contra el periodista Julian Gomez "Gorkin", en el que yo aparezco como informador que sigue el desarrollo de la vista oral. Este lienzo forma parte de la serie de "Cuadros de historia" y anima las paredes de mi espacio de trabajo desde que en 1975 mantuve una estrecha y cariñosa colaboración con los Realidad.
Pues bien, en el tiempo de plomo comienza la muestra, pero luego recorre con maestria otros legados de la historia del arte. El cubismo nació con Picasso y su generación, pero esa inspiración de dar la vuelta a la pintura no ha perecido. Ballester la conjuga con rigor.  En el tercer ámbito de los carnes de identidad el pintor construye su propio autorretrato y visita las iconografias de otros referentes culturales e intelectuales que ayudaron a Jorge Ballester a construir su memoria personal y generacional. En ese tramo de la exposición pinta a la manera de quien quiere, no tiene límites ni ataduras.


El recorrido concluye con un apartado dedicado a la recreación de la lucha libre mexicana y a un mundo de personajes marginales en los que la tensión de la violencia se funde con el del circo y el teatro, un espectáculo del mundo que tiene más afán de parodia que de representación incontestable. Los años del plomo se han desvanecido en esos queridos monstruos gracias a una rebeldia personal de mantenerse permanentemente al margen pero comprometido con el devenir social y vital. La temporada artística de Valencia arranca en La Nau con una propuesta de visita obligatoria.