lunes, 4 de diciembre de 2017

ZAPATERO Y ARTUR MAS, CARA A CARA

Se prometía un duelo interesante. La escena televisiva podía cubrir ampliamente las expectativas de la audiencia.  Era una gran oportunidad para ver y escuchar atentamente, a cara descubierta, a dos de los políticos que más experiencia tenían, y siguen teniendo, sobre el conflicto de Cataluña en el marco nacional de España. Gracias a Jordi Évole, que se ciñó escrupulosamente a su papel de moderador -a ejercer una mediación preocupada en desatascar el juego dialéctico si se producía-, el debate siguió una dinámica y una dramaturgia de interés general.
Zapatero y Mas, Mas y Zapatero, cara a cara, protagonizaron un intento de acercamiento político. Se conocían de antemano. La supuesta confianza estaba avalada por los frecuentes y variados encuentros públicos y privados, que tuvieron durante las dos legislaturas en las que José Luis Rodríguez Zapatero ejerció de presidente del gobierno español. Se aproximaron bastante en la televisión. Hasta que uno puso sobre la mesa el respeto a la legalidad y otro el mandato del pueblo catalán, que nunca va a encontrar mayoría parlamentaria en España para satisfacerlo.
            A juzgar por las palabras y los testimonios, el espectador podía pensar que allí no había fingimiento ni interés de manipulación: los dos estaban expresando su verdad, la verdad de unas negociaciones compartidas por ambos en los años en los que fueron interlocutores de dos realidades políticas, en la actualidad antagónicas e irreconciliables. Por esta razón, porque se conocen entre ellos, y no desconfían el uno del otro, empezaron hablándose de tú. Pero pronto cambiaron el tratamiento. El espacio de grabación no era la sala de estar de su casa, sino un espacio público con audiencia garantizada. No cabía establecer un diálogo entre colegas. La penumbra, casi tinieblas –cuando el encuentro se produjo tiempo atrás con Felipe González, en el mismo lugar, había más luz eléctrica-, era la escenografía elegida por la cadena de televisión. El momento requería gravedad y dramatismo.
Hoy es difícil que un espectador informado y reflexivo no desconfíe de todo lo que ve y escucha, hasta de los programas de televisión, como este, que se inspiran en técnicas del cinema verité y, en ocasiones, del más cercano discurso del falso documental (recordemos su reconstrucción del 23F). Todo mensaje informativo está sometido a revisión, pasado por el tamiz, afortunadamente, del juego de adivinanzas y el punto de vista de la ironía.

 Artur Mas ha modelado su rostro con una media sonrisa, que hasta cuando se muestra absolutamente cabreado, desconcierta a cualquiera de sus oponentes: “¿Me está mirando con desprecio desde su atalaya? ¿Se toma a risa mis respuestas? ¿Cómo es posible que no sepa distinguir entre el drama y la comedia? ¿Por qué no cambia la expresión de su rostro?”. Y con José Luis Rodríguez Zapatero se produce un desconcierto parecido: Si uno mira sus labios y la expresión general de su boca, sin escuchar la gravedad sonora de sus palabras, estos transmiten dureza, firmeza, tragedia. Pero si desplaza la mirada a sus ojos aparece en el interlocutor una sensación de cercanía, es la mirada de quien siempre confía en que los problemas puedan resolverse pactando y negociando en el marco jurídico de la democracia. Es un interlocutor que con su boca expresa una palabra rotunda (¿la última?), mientras que con los ojos deja la puerta abierta para nuevas formulaciones del oponente, antes de que el final del drama sea irremediable.

            Aun así, no las tengo todas conmigo, no creo que acabe de dominar con mis reflexiones la escena televisiva creada por Évole, a la que asisto como espectador curioso. Y decido ir a la búsqueda del libro de Justo Serna, Bestiario español (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2014), una semblanzas contemporáneas dedicadas a los principales actores de la política española de los últimos años, para encontrar otros rasgos de personalidad que yo no acabo de descubrir en el cara a cara organizado por la Sexta. Una semblanza –lo afirma Serna, recordando a Pio Baroja- es una recreación breve, sólo atisbada, de rasgos presentes en el sujeto retratado.
            El autor del ensayo lee todo lo que se escribe sobre los políticos españoles, sean conservadores o socialistas, sean populares o bolivarianos, procedan del comunismo o sigan poniendo velas a la Falange española. Piensa que el presidente de ojos azules se ve a sí mismo como “epítome de su tiempo, ejemplo de su generación: reúne varias características sociológicas imprescindibles y las hace valer con astucia, con maquiavelismo”. Considera que su cercanía social no es una actitud impostada, aunque la gravedad de su timbre de voz transforme en trascendental el mensaje más ligero. “Es y se sabe un calco de mucha gente. Por eso pone el énfasis en su condición corriente, en su aspecto normal: eso que tantos esperan de un tipo muy parecido a nosotros”. (¿Por qué cuando Rajoy apela a su vocación de normalidad uno no acaba de creérselo, y, sin embargo, esas palabras en boca de Zapatero acabas aceptándolas?).
            Busco el perfil de Artur Mas y me ayuda a entender la realidad. “La primera vez que vi a este político catalán [escribe Justo Serna] me dije: “Hombre, qué mozo más guapo. Tiene buena planta y un hoyuelo”. Luego me fui corrigiendo. Tiene una mandíbula que no le favorece, como de personaje de historieta, con un trazo excesivamente anguloso, firme, sobradamente viril”.  Y sigue en sus apreciaciones: “No hay manera de verlo con aspecto informal. Como tampoco hay manera de verlo sin la senyera. Tal vez, la Presidencia de la Generalitat se lo impide. Ay, el maldito protocolo […] Habla bien, verbaliza y gesticula con porte, no como Pujol, que cerraba los ojos, torcía la cabeza y balbuceaba. Pero Mas es un político que traerá la decepción y la inquina, la frustración”.

Estoy esperando que en una próxima entrega editorial del bestiario español Serna nos describa las plegarias de Junqueras y Rovira, el canto al viento de Puigdemont, las aventuras imaginativas de Miquel Iceta, la cruzada olímpica de Albert e Inés. Es un catálogo imprescindible para entender la escena política y aprender a identificar los diferentes papeles asignados en el reparto.
El profesor Serna usaba el término farsa para describir la realidad política valenciana en otro ensayo que escribió en 2013 (Ediciones Akal, Madrid, 2013) donde analizaba los personajes del drama Barberá-Camps. Los códigos de la representación teatral resultan muy adecuados para analizar el debate político. Pero entre sus protagonistas hay una diferencia radical. Los actores saben que en escena fingen un papel, ponen toda su energía en el trabajo para hacer verosímil la acción que quieren construir. Luego, fuera de escena, vuelven a ser reales y cotidianos. Da la impresión que en política hay bastantes protagonistas que toda su vida es puro fingimiento, adaptan el texto a lo que su gente quiere oír en cada momento y no a lo que piensan o la realidad sugiere.