Los libros de José Miguel Borja siempre viajan por todas las
épocas y construyen destinos que remiten a lugares lejanos o a espacios de la
geografía más próxima. Es imprevisible saber a dónde nos conduce al pasar las
primeras páginas de un nuevo título. Porque su mundo de origen, Gandía, la
comarca valenciana de La Safor, la tierra donde se afianzó la saga de los
Borja, papas, santos y cardenales, no tiene fronteras. Por el norte puede que
limite con Inglaterra y la Costa Azul, por el sur con la negritud y el
esclavismo, al oeste encontraremos Chile y Cuba y por oriente alcanzaremos a
los valencianos que habitaron Roma y Nápoles y llegaron a Estambul. El mundo de
ficción que recrea la pluma de mi querido amigo José Miguel se mueve en un
espacio universal, guiado por una inmensa curiosidad, un sentido irónico de la
vida y una agudeza visual que se apodera de todo lo que ve y siente.
Quiero
destacar que su última novela que acabo de leer, La magia que nos lleva
(editada por Entrelíneas Editores), me ha despertado un inmenso placer, porque
los libros y las historias que se encierran en sus brillantes palabras, se
transforman en seres animados a los que hay que amar y buscar sin pausas. En
este caso se trata de la biblioteca antigua del último gobernador de España en
Chile, legado de tres generaciones de la familia Valdivia, amigos de los
Allende y descendientes de un jesuita que casó con una princesa araucana, legado
que han podido disfrutar cuatro generaciones, mientras la quinta empieza a
pensar en venderla.
La primera parte de la novela está marcada por el gran viaje
histórico y espiritual que realizan los libros y sus propietarios, en el que el
lector pasa de la fantasía a la realidad histórica guiado por un narrador que
es más mago que relator. La segunda parte adquiere tintes de un breve thriller
en el que continúa la ambivalencia entre realidad y ficción, sueño y realidad,
sin que ello inquiete al lector porque ya sabe que se está hablando de libros
que tienen poderes para construir trucos asignados solamente a los magos. Esa
capacidad de fascinación y de imaginación está presente en todo el relato. Da
lo mismo que la capacidad de transformación que su lectura genera se encuentre en
la mente del lector o solamente en las páginas impresas del volumen, porque en
la novela de José Miguel Borja el cuerpo del inspector Marlowe huele a letra
impresa.
La
narración, que hubiera deseado más larga para disfrutar más tiempo, es
fascinante desde la primera página, como buen número de las novelas y ensayos que
el autor ya ha publicado –casi una treintena de títulos-. Borja ha alcanzado
una madurez narrativa en la que puede presentar un universo literario bien
construido, gracias al esfuerzo de años de escritura y lectura. Como si
formaran parte de un espacio inmaterial con vasos comunicantes, algunos códigos
y situaciones que ahora leemos remiten a obsesiones que ya nos ha descrito. Por
ejemplo, los hemisferios de Magdeburgo, invento científico que demostraba la
presión que la atmósfera ejerce sobre los que habitamos la tierra. Al leer este
nombre me llega el aroma de la nostalgia y el humor aplicados a las
experiencias familiares de una de sus primeras novelas. Lo mismo me sucede
cuando algún personaje emplea un veneno, extiende un ungüento o habla de una
medicina. Su ensayo sobre medicinas prodigiosas promocionadas por la publicidad
del XIX y principios del XX está presente en la memoria del lector. Ahora el
autor recuerda que el libro Las muy ricas
horas, del Duque de Berry, una joya de códice, dedica notoriedad a este
pensamiento, que da pie al título: “Los libros son la magia que nos lleva por
la vida”. Como aquel Llibre d’hores
que Borja escribió en 1990. Imagino que para
un autor es un halago que le señalen estas asociaciones de imágenes y nombres que
relacionan todo su universo creativo, porque demuestra coherencia, inteligencia
y perseverancia en sus razones para regalarnos ficciones.
Hace un tiempo tuve oportunidad de presentar su novela El nieto secreto del general Franco (Nadir Libros, 2000) y aproveché la
oportunidad de resumir su perfil biográfico con una metáfora sobre el ojo
humano. Creo que quise decir algo parecido a lo que a continuación escribo. José
Miguel comenzó en sus años mozos curioseando los misterios
de la imagen, porque descubrió en edad temprana que lo que más se aproximaba a
las fantasías y ensoñaciones cultivadas en los inolvidables años de colegio de
curas era precisamente el séptimo arte, las imágenes en movimiento. Su partida
de nacimiento indicaba en el apartado de observaciones: “le gusta pensar en
imágenes, porque es marcadamente soñador”. De modo que en sus años universitarios estudió las técnicas del cine, compartiendo aulas en Madrid con Basilio Martín Patino y otros
interesantes cineastas.
Luego descubrió que el mundo también
se podía concentrar en imágenes sin movimiento, y se puso a prueba creando
libros de fotos. Así podía recuperar la memoria colectiva de su gente y determinadas
ciudades valencianas. Planteó la posibilidad de contar algunas vidas,
culturalmente ejemplares, en un nuevo género literario bautizado con el nombre
de fotobiografía.
Pero la
vida no pasa en balde y José Miguel, antes de dedicarse en exclusiva a la
escritura, descubrió otro arte visual, el que aplica el óptico desde su observatorio-consulta.
Comenzó a observar que tras los ojos de sus clientes se escondían unas imágenes
y unos sueños capaces de construir novelas trepidantes, llenas de miradas de
múltiples colores. Observando nuestras pupilas descubrió espejos que reflejaban
múltiples figuras, comenzó a cultivar el oficio de escritor y rompió el miedo
para construir ficciones literarias. Comenzó a intuir en cada una de esas
miradas desconocidas de sus clientes, el tono y el brillo que podían adquirir
sus personajes de ensueño.
Si
debo definir al escritor y buen amigo del que hoy tengo el gusto de comentar su
última novela, lo haría con muy pocas palabras: es un excelente coleccionista
de las fotos y los libros de la vida, a los que sabe poner voz y alma, pasión,
humor y memoria. Un espíritu libre y literario que sabe volar por todas las épocas de la
historia.