sábado, 18 de julio de 2015

PARA NO OLVIDAR A INMACULADA TOMÁS

                                                                                      
Hace unas semanas nos dijo adiós, plenamente consciente de que su vida acababa. Y no somos capaces de reconocer que así ha sido. Todavía escuchamos su voz, observamos sus gestos, escuchamos sus sabias palabras, todavía reímos con sus ocurrencias. La muerte es inexplicable. No desde un punto de vista biológico. Simplemente donde había vida entra el frío, y el calor del cuerpo va perdiendo intensidad paulatinamente, hasta que el corazón se para, la respiración desaparece y el espíritu huye de una masa corpórea fría, que no puede moverse. La muerte es inexplicable porque la vida de los muertos, aunque no lo deseemos, sigue habitando entre nosotros.
 Es imposible que en unas horas, dos días, tres meses, la vida que hemos compartido con Inmaculada desaparezca para siempre. Nuestros sentimientos, nuestra memoria, los individuales y los colectivos, nadie puede arrebatárnoslos. Por eso en nuestra sociedad ante la muerte injustificada realizamos el esfuerzo de crear signos, símbolos, homenajes que mantengan presente durante largos años la trayectoria de la persona a la que nos vemos forzados a despedir. Con Inmaculada no debemos perder la oportunidad de ejercer esta liturgia social de dar existencia cotidiana a los muertos.
Porque méritos no le faltan. Por su gestión pública cultural pasa el haber regulado el patrimonio musical valenciano con el apoyo de una ley pionera, el haber creado los mecanismos de gestión administrativa para que esta tradición cultural se adaptara a los nuevos tiempos y entrara en igualdad de condiciones a compartir un lugar destacado en bibliotecas, hemerotecas, centros de difusión y docencia, espacios de producción y exhibición. Desde que los valencianos hemos recuperado el autogobierno nadie ha trabajado tanto a favor de los creadores e intérpretes de la música valenciana como Inmaculada Tomás, la primera y única directora del Institut Valencià de la Música (IVM). Por ello habría sido lógica su presencia al frente del Palau de les Arts desde que empezó a fraguarse el proyecto.

El saqueo político de los últimos tiempos ha convertido las siglas del IVM en un sueño que no existió, dejándolo sin presupuesto y limitando su proyección pública. Y no fue así. Porque el IVM, como otros tantos instrumentos de gestión cultural nacidos gracias al Estatut, estaba hecho a la medida de una política cultural de largo alcance, la que siempre practicó nuestra querida amiga.
Inmaculada entendió como pocos gestores que el trabajo público se hace cerca de la gente, a pie de calle, con los profesionales, dejando los intereses particulares lejos del despacho donde trabajas. Siempre tuvo la maleta hecha para desplazarse a compartir y disfrutar personalmente un estreno, una presentación, una rueda de prensa, una negociación de producción artística dentro o fuera de España. Su hoja de ruta viajera tuvo como destino los principales festivales de España y otros países europeos, las primeras instituciones musicales y culturales del país, y así temporada tras temporada, infatigable, con la sana ambición de que su presencia nunca se echara en falta.  Por esta razón cuando necesitaba gestionar sus escasos recursos presupuestarios para dar cuerpo a un proyecto encontraba financiación y viabilidad hasta debajo de las piedras. Se había ganado a pulso el crédito que le otorgaba cualquier promotor de cultura.
Las entidades ciudadanas que alimentan el mundo musical valenciano tienen que poner en sus agendas la convocatoria de alguna acción, de algún homenaje, que ponga en valor el legado cultural que dejó la gestión pública de Inmaculada Tomás. Los espacios de exhibición que ella animó con sus programaciones deben mantener vivo el eco de sus palabras, siempre inteligentes, dispuestas a dar impulso y forma a iniciativas culturales.  
La dinámica política de los últimos años le había convertido en una superviviente frente a los gestores de la improvisación, frente a la ignorancia política de los que pretendían borrar las huellas de una cultura que incomoda. Resultaba una funcionaria extraña, metida en un cuerpo administrativo  que buscaba su extinción. Pero siempre resistía, sobrevivía, al grito de “Tomás, la que más”. Lo que no supo vencer es la enfermedad que desde hacía tiempo le venía enseñando sus dientes mortales. Ante esa situación ha sido la única ocasión en la que ha tenido que decir unas palabras desconocidas para ella: “no puedo más”, y aceptar comprar el billete de un destino no deseado.

 Durante buena parte de su vida cuidó de los suyos, para los que seguía y sigue siendo una xiqueta de 65 años. Tenía todavía proyectos por delante. Arriesgada en lo público, conservadora en lo más íntimo de su corazón y sus costumbres. Vecina del barrio de Velluters, allí fue a la escuela, creció, vivió, incluso ahora allí tuvo la oportunidad de trabajar. Su espacio doméstico, privado, siempre fue el mismo. El que, por fortuna, ahora, probablemente, sigue ocupando.
La foto que incluyo en este artículo la disparó David Poliakoff en la SGAE en Valencia cuando el destino y la enfermedad todavía le tenían reservado un año más de vida. 

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