La población de Versalles representa en la monarquía francesa lo que Aranjuez, El Escorial o el mismo Madrid encierran de historias de las largas dinastías de los Habsburgos y de los Borbones en nuestro país. Cuando Luis XIV, el Rey Sol, a mediados del XVII decidió transformar un pabellón de caza en luminoso y reluciente palacio, a un tiro de piedra de Paris, quiso transformar sus bosques y el nuevo urbanismo del lugar en imagen social del poder absoluto. Y así es, un auténtico escenario teatral donde sólo se puede representar la comedia de “Yo soy el Rey”, el ombligo del mundo conocido, el centro del universo.
Del mismo modo que tres anchas avenidas (Paris, Sceaux y Saint Cloud) conducen necesariamente al viajero a la puerta de palacio como si fueran tres rayos situados en las 4, 6 y 8 horas de un reloj utópico, desde los balcones de Versalles el Rey era el centro de la naturaleza, de todas las miradas de nobles y plebeyos. Desde palacio nadie se escapaba a la mirada de Luis XIV, perdido en el horizonte de un paisaje geométricamente perfecto y abrumador por sus dimensiones.
Noviembre no es un mal mes para visitar este paraje, la lluvia ligera se entremezcla con el sol suave, las hojas caídas de los monumentales plataneros crean alfombras amarillas, naranjas, casi rojas. Mi destino en realidad era el teatro de palacio, Opera Royal, situado en el ala norte e inaugurado con motivo de los esponsales de Maria Antonieta con el futuro Luis XVI. El estreno del ballet Marie Antoinette, creado por el bailarín y coreógrafo Patrick de Bana, a partir de la dramaturgia que le elaboré para poder ofrecer su historia resumida en dos actos y ocho escenas, subía por primera vez a ese escenario en una producción del ballet de la Opera de Viena, que dirige el francés Manuel Legris .
Se trata de un teatro de 750 localidades, muchas de ellas pensadas para asistir de pie, apretado en estrechos palcos, a la gran comida que la familia real protagonizaba abajo en el reconvertido patio de butacas. Los Reyes hacían siempre su vida cotidiana en público, hasta se divulgaba oficialmente la noche que hacían el amor. Era el espectáculo permanente de la Corte. Por eso Versalles sigue siendo un escenario.
La figura de esta joven princesa, nacida en Viena y guillotinada en París por la Revolución burguesa de 1789, proyecta todavía en Versalles una sombra alargada, melancólica, sensual, romántica, trágica. Si diriges tus pasos por el Versalles íntimo del pequeño Trianon, donde la reina reunía a sus amistades más cercanas, lejos de las miradas cortesanas, sin protocolo, en su pequeño teatro, en sus jardines, en su pequeño templo dedicado al amor, la presencia de un cisne blanco te puede permitir tocar el placer de un mundo aparte, lejos del poder y la gloria. La aldea rural construida en este rincón de Versalles era el parque temático de sus amigos e hijos donde recuperar el contacto directo con los animales, el gusto por la agricultura ecológica, los sabores y rumores naturales.
La leyenda de Maria Antonieta sigue alimentándose hoy con libros, películas, diseños, perfumes. En la librería de los Príncipes los visitantes encontramos un atractivo bazar de calidad para recrear sus gustos rococos, su vida, sus infortunios, sus cartas, su muerte. Es tal vez el personaje de la desaparecida dinastía francesa de los Borbones que más tinta sigue consumiendo en el tiempo actual. Hasta el guionista y biógrafo de Luis Buñuel, Jean Claude Carrière, se ha atrevido a escribir su verdad historia para un film de televisión nacional. Porque fue una inesperada heroína de tragedia clásica.