A lo largo
de los años hemos construido nuestra biblioteca con criterios que han ido
evolucionando igual que nuestras vidas. Al principio colocas un volumen detrás
de otro porque todavía no son muchos los libros que tienes que guardar. Más
tarde la acumulación te obliga a ordenarlos por temas, por materias, por formatos.
Quieres satisfacer unas preferencias lectoras muy relacionadas con tu trabajo. Pero
cuando te descubres colocando los libros encima de las sillas o sobre las mesas
porque ya no tienes espacio para poner nuevas estanterías, se te plantea elegir
entre los que deseas conservar y aquellos que puedes regalar o vender. A partir
de ese momento tu biblioteca se va organizando de acuerdo a tus nombres
preferidos.
El concepto
de biblioteca de autor o de autores resulta idóneo en un tiempo actual en el
que la inmediatez, la propuesta de consumo rápido, la oferta constante de quemar
en pocos días y horas estímulos y novedades, nos impulsa a ir de un autor a otro.
Ese tipo de biblioteca, con demostrado arraigo en el mundo editorial, permite conocer los aspectos poliédricos de
la obra y la vida de los creadores. Porque los literatos, cuando
son buenos, reúnen en sus creaciones una manera coherente de ver la vida, de
reconstruir un período histórico, de describir la cultura de un pueblo, de un
país, ofrecen una manera personal de descubrir el ser humano. El concepto
biblioteca de autor incluye, por supuesto, todos los ensayos y escritos dedicados
a analizar esa producción literaria firmada por el mismo nombre y apellido.
Creo que este
es el verdadero sentido de la colección Baroja
y yo que nos presenta el editor Joaquin Ciáurriz, en la que el historiador Justo
Serna ocupa un lugar preferente entre los veintitantos autores que irán
publicando su manera de acercarse y entender la literatura y la personalidad de
Pio Baroja.
El nombre de
Baroja formó parte, por prescripción paterna, de la biblioteca de libros ordenados consecutivamente por
fecha de compra que Justo comenzó a formar cuando era adolescente. A raíz de ese hecho descubrió que su padre había sido un lector oculto
durante bastantes años. Sólo empezó en
1973 -recuerda Justo en el libro que voy a comentar- a hacer ostentación de sus volúmenes, a
mostrar físicamente los libros que consumía, a declararse un gran lector. Una
preciosa manera de señalar que ya estábamos haciendo la transición social.
Leer, tener libros, no era una vergüenza, tener ideas propias no era un delito
social.
La recomendación paterna para formar esa biblioteca iniciática estaba formada por una santísima trinidad de la literatura española: Cela, Delibes y Baroja. La sugerencia que recibió Justo era muy precisa: elegir entre leer La Colmena o La familia de Pascual Duarte, Cinco horas con Mario o Viejas historias de Castilla la Vieja, El árbol de la ciencia o La busca.
La recomendación paterna para formar esa biblioteca iniciática estaba formada por una santísima trinidad de la literatura española: Cela, Delibes y Baroja. La sugerencia que recibió Justo era muy precisa: elegir entre leer La Colmena o La familia de Pascual Duarte, Cinco horas con Mario o Viejas historias de Castilla la Vieja, El árbol de la ciencia o La busca.
Afortunado
Justo que pudo crecer en el cultivo de las letras acercándose a la España
trágica y rural de un futuro premio Nobel, que empezó a leer reconociendo la
España verde de una vallisoletano universal e imaginando la España urbana,
científica y europea de nuestro querido Pio Baroja. No sé por qué la primera y probablemente falsa impresión que tuve es
que Baroja podía ser disolvente como lo había sido Quevedo en su tiempo,
escribe Serna.
Justo tiene
que ser consciente de que otros crecimos con el mandato paterno de leer
Gironella, Vizcaíno Casas y las dietas con potasio de Ana Maria Lajusticia. En
el colegio fue un poco distinto porque Las
inquietudes de Shanti Andia, de
Baroja, estaba en la lista de lecturas recomendadas junto al nombre de Martin
Vigil, Hemingway, Cervantes y Larra.
También don
Pío Baroja tuvo su biblioteca de iniciación al mundo de los libros, unas publicaciones, que según describió en sus reflexiones de madurez, le ayudaron a elegir un conjunto de valores morales, valores democráticos de tolerancia y libertad sin
condiciones, en definitiva de cultura crítica. Aquella biblioteca tuvo como
autores preferentes a Julio Verne, Nietzsche, Darwin y Kant, según nos cuenta
don Justo. Casi nada: ciencia y ficción al servicio de un siglo XX, que Baroja
ayudó a conformar en sus creaciones, al proponer y crear un futuro desde el
pesimismo nacional que le había situado como valor destacado en la generación española
del 98.
La pieza
central del libro se encuentra en el capítulo El personaje como lector, dedicado a
analizar la novela El árbol de la ciencia,
escrita por don Pio en 1911, a juicio de muchos su mejor novela. Estas páginas
son un prodigio de síntesis e interpretación construido por el bagaje
intelectual exigente al que Serna nos tiene acostumbrados en sus libros y
artículos. El personaje central Andrés Hurtado es un buen ejemplo de la
experiencia vital y la imaginación literaria de Baroja. Este libro, con título
que comparte botánica y ciencia, escrito a la manera de un episodio nacional
galdosiano o de una novela ejemplar cervantina, ofrece lo mejor del perfil
cultural de don Pío: amor por la ciencia (era médico aunque no quiso ejercer),
amor por los libros, amor por la filosofía, amor por la libertad individual.
Andrés
Hurtado, el personaje, es un gran lector y posee su biblioteca. Los
autores que la integran son Darwin, Schopenhauer, Nietzsche y Kant, entre
otros. También Hurtado es un voraz lector de novelas francesas, en donde quería
adivinar su porvenir. Lo que no
distinguimos mirando sencillamente por la ventana lo aprendemos leyendo novelas
-escribe Justo-. Lo que no conseguimos
atisbar lo logramos viendo lo que otros inventaron para nosotros. No todo es
estudiar en el joven Hurtado o en el maduro Serna, en efecto. Hay mucho sobre
lo que instruirse sin moverse y sin escrutar.
En Baroja habrá siempre un
inquisitivo racionalista, un estudioso que desconfía del género humano: de esa
especie cuya taxonomía puede establecerse -escribe Justo en el capítulo dedicado a El árbol de la ciencia-. En Baroja habrá siempre un erudito que se
explaya, que se derrama, que se interroga y se responde con ardor y coraje.
Hurtado caerá, Baroja resistirá. Yo me mantengo como puedo: de milagro.
Justo ha
buscado establecer su relación personal con el mundo y la obra de Baroja al subrayar
el contexto de un autor que vive con los libros y que crea unos personajes
literarios que, a su vez, también leen dentro de las novelas y recrean su vida
acumulando libros. Por ello le llama lector impenitente, definición que asimismo podría aplicar a la pasión que Serna mantiene por la lectura y por la escritura de libros desde hace años. Creo que como
historiador de contemporánea podría haber elegido otra óptica para describir su
relación con Baroja: la de cronista de una realidad social, la de literato de
una época española descrita a través de unos personajes que ilustran
adecuadamente la España de al menos cinco décadas situadas en el cambio de
siglos del XIX al XX. Este valor de la obra de don Pío don Justo no lo niega: Los historiadores tenemos la sospecha de que
Baroja observó, analizó y criticó unos mundos bien reales, una España de
ficción, una condensación de la España de su tiempo. Justamente por eso lo
leemos. Pero eso no es suficiente para que mantenga su vigencia hoy. Baroja
sigue siendo actualidad porque: nos
procura placer -afirma Serna- el
placer del texto, la dicha de una narración con aventura moral y agudas
observaciones… Su escritura es precisa, tajante, sin desmayos ni concesiones
cursis. Su prosa es un depurativo.
En el libro
que comento se incorpora una cita del discurso de Baroja pronunciado cuando
ingresó en la Academia Española en 1935, es decir, en plena II República. En el
texto destinado a tratar el tema de la formación psicológica de un escritor,
don Pío lamentaba haber leído tantos libros, especialmente novelas, sin elegir
la calidad de los autores, porque un día descubrió que desconocía las obras
maestras de la literatura universal. Y expresó a los académicos sus dudas: ¿no
hubiera sido mejor leer, como los antiguos, cinco o seis obras bien?
En otra
página encontramos una cita de la obra Las
horas solitarias, escrita por Baroja en 1918, sobre lo que es un lector
bueno y lo que es un lector malo. El bueno es ese lector tranquilo, según don
Pío, que va recogiendo pausadamente las impresiones que le da el autor sin impaciencia
ni prisa. Y a continuación el adolescente Justo, aquel que recibió el mandato
paterno de elegir obras de Baroja, Delibes y Cela, reconoce su deseo: Yo quería
obrar como ese lector bueno, tranquilo, pausado. Pero su realidad lectora
era todo lo contrario, se situaba en el lector malo descrito por don Pío: saltaba las páginas que le aburrían y buscaba el
resultado final de las tramas e intrigas propuestas por los autores. Suerte que Baroja había reconocido ser un lector malo, y el joven Justo pudo sublimar su sentimiento
de culpa. Si lo defiende don Pío –pensó- quiere decir que lo puedo seguir
haciendo. Ya habrá tiempo cuando sea adulto para leer sin prisas ni urgencias.
Aunque Pío Baroja y el joven Justo justificaran la mala lectura, quiero realizar una defensa
de la lectura pausada, la lectura destinada a conocer el conjunto de la obra de
un autor y de los ensayos que su obra desencadena. El conocimiento en
profundidad produce un placer inmenso. La biblioteca de autor, de autores, es
una opción de madurez vital, de calidad superior a la biblioteca organizada por
orden temático o por el orden cronológico de adquisición.
Desde esta
perspectiva cultural hay que aplaudir la atractiva iniciativa del editor
Joaquin Ciáurriz, porque ayuda a que inauguremos o ampliemos en nuestras estanterías la biblioteca de Pío Baroja. Y, por supuesto, quiero recomendaros el ensayo de Serna, que nos muestra a un maduro escritor que ha
abandonado las urgencias de un joven lector que comenzó a vivir y a soñar leyendo a Baroja.
(Las fotos pertenecen a la presentación del ensayo de Justo Serna en la librería Ramón Llull de València)