domingo, 30 de diciembre de 2018

TRAS LAS HUELLAS DE UN MAESTRO REPUBLICANO


Las historias de maestros y maestras republicanos ya van conquistando una extensa bibliografía y un catálogo importante de producciones audiovisuales en nuestro país, resultado de la regulación política de la memoria histórica y de una nueva conciencia social e intelectual. Para regenerar la vida pública española muchos pensamos que es imprescindible dar voz y sepultura a los que fueron víctimas de la guerra española y víctimas también de la manipulación ideológica e histórica implantada por el régimen de Franco en la posguerra. Esto no es reabrir heridas. Al contrario, esta acción social y cultural es intentar aproximarnos a la verdad y superar el dolor de la pérdida y la ausencia que se mantiene vivo en el corazón de muchos españoles. Además, consiste en una buena medida política preventiva, para ser conscientes de lo que conllevaría apoyar una política dictatorial y fascista en el futuro.

    El comentario lo hago a propósito del libro del profesor Ángel Luis López Villaverde, "El ventanuco. Tras las huellas de un maestro republicano" (Almud Ediciones de Castilla La Mancha), que tuve la fortuna de presentar en la pasada edición del Festival Cinema Ciutadá Compromés, en la sesión que pasamos un documental de Paco Picó dedicado a Rodolfo Llopis, dirigente socialista que hizo de la docencia y la pedagogía un instrumento para crear personas libres. El volumen está escrito a raíz de la investigación que ha permitido reconstruir la biografía de un maestro republicano, Gervasio Alberto López Crespo, el abuelo del autor, víctima de las dos Españas, la republicana y la fascista, que dirimieron el futuro del país a lo largo de tres años de guerra civil provocada por el golpe de Estado de los militares y los falangistas, entre otros sectores sociales, para aplastar la legalidad de la II República. 


     Esta biografía está  marcada por las nuevas posibilidades educativas que impulsó el dirigente socialista Rodolfo Llopis, en aquellos años, desde la dirección general del ministerio republicano. Los destinos profesionales de Llopis y López Crespo se cruzaron en Cuenca antes de la república, a principio de los años 20 del pasado siglo. El autor del libro adopta como propias las palabras de Josep Fontana en las que se denuncia la falsa equidistancia que aducen los conservadores cuando se niegan a impulsar la memoria histórica. “Confieso que nunca he entendido que se pueda valorar del mismo modo una república que formó maestros, abrió escuelas y creó bibliotecas públicas en los pueblos, y un régimen militar que asesinó a maestros, cerró escuelas y bibliotecas y quemó libros”.

       Con una fidelidad absoluta al conocimiento de su abuelo, fusilado en el paredón y representante de la España que quería aprender y saber, López Villaverde ha agrupado la biografía en tres grandes episodios: primero, los años en los que el pastor Gervasio, nacido en un pueblo de La Alcarria, aprende y se transforma en Don Gervasio, maestro de Almagro y otras poblaciones de las provincias de Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara. En la segunda parte seguimos el itinerario ideológico del maestro que adquiere primero conciencia sindical en UGT y luego descubre el proyecto republicano en Izquierda republicana sin renunciar a su arraigada fe católica. El tercer período de la biografía es el más triste, es el que ha marcado la tragedia familiar a la que dedica el autor su libro, la violencia roja y azul que torturó a Gervasio Alberto, pese a que ejerció en su comunidad de persona justa y marcada por la dignidad social. Lo descubrimos en el libro como una persona que intentó no perder la esperanza, observando el trozo de cielo, que el pequeño ventanuco de su encierro, junto a la Plaza Mayor de Almagro, le permitía ver cada día, a pocas fechas de producirse su ejecución.


     El autor aprovecha la biografía de su abuelo para dar vuelo y perspectiva a la microhistoria que representa su trayectoria vital y familiar, y ese camino metodológico le permite seguir escribiendo la gran historia contemporánea de la sociedad manchega, de la sociedad local de la ciudad de Almagro, haciendo uso de investigaciones anteriores, de archivos y numerosa documentación que convierte la lectura del libro en una tarea entretenida, atractiva y sugerente. Para organizar el relato cuenta no sólo con los testimonios, recuerdos y archivos de la familia, amigos y vecinos, sino también con las colaboraciones que López Crespo publicó en varios semanarios de la época exponiendo sus opiniones sobre la sociedad, la educación y la cultura. De manera especial en la revista La Tierra Hidalga y después en el semanario conservador Renovación, donde hizo pública su fe republicana. Recordemos que el protagonista del libro ejerció de maestro en una sociedad atrasada, donde era analfabeto uno de cada dos hombres y dos de cada tres mujeres.

     La confesión republicana que Gervasio escribió en esos medios esconde ecos que todavía hoy se pueden escuchar en España: “Ser republicano equivale a ser señor de sí mismo, soberanos de sus propias decisiones, forjador de sus propias leyes, tener conciencia de su propio valer… ser monárquico, en cambio, equivale a cesión de derechos, a abandono de funciones, a confiar nuestro porvenir en  la suerte de los hados”. Este libro  es un acto de amor a la memoria familiar y a la verdad histórica, es un acto de reconocimiento a los valores republicanos que por desgracia en la historia española han tenido, hasta ahora, un recorrido institucional muy corto: dos años en el siglo XIX y ocho en el siglo XX.


      La reconstrucción informativa que nos ofrece el historiador López Villaverde, se sitúa entre los diferentes géneros narrativos que han practicado antes que él numerosos historiadores, escritores y novelistas, que han dedicado a esta etapa de la historia española, un ensayo, una biografía, una crónica, una encuesta documentada, y yo añadiría, una novela sin ficción. ¿Se encuentra El ventanuco en la línea literaria de esta última variedad de género?

     Valoro esta biografía como un libro de libros. En sus páginas encontramos constantes referencias a los libros y ensayos que el autor ha leído para construir y documentar su relato. Las últimas 150 páginas del volumen son tan interesantes como las 300 páginas primeras dedicadas a la vida del maestro homenajeado. Y son interesantes porque el autor habla en primera persona y muestra sin reservas los hilos manejados por otros autores que le han permitido tejer su emotivo relato.

     Confieso que cuando conocí el título del libro me quedé desconcertado. No sabía a qué se refería. Pero al leer la biografía ya lo entendí. Lo explica con detalle el autor. El ventanuco es una pequeña apertura en una pared, que todavía se puede contemplar desde la plaza principal de Almagro, que en el 36 fue una cárcel y ahora representa la fuerza evocativa e imaginativa que López Villaverde ha empleado en la reconstrucción de la vida de un ser querido al que nunca conoció. El ventanuco es el único espacio por donde pudo entrar un rayo de luz en un período negro, violento, destructivo y agresivo de la vida española. El autor se ha inspirado en ese rayo de esperanza que le transmitía ver desde lejos la pequeña ventana, para rendir un justo homenaje a su abuelo, a sus padres y tíos, a todos los maestros y maestras republicanos que intentaron dar dignidad y autonomía a millares de jóvenes ,que en su mayoría vivían rodeados de analfabetismo en las zonas rurales. López Villaverde sigue contemplando el ventanuco, testimonio de la prisión que existió en Almagropara expresar su fidelidad a un pasado familiar que ha marcado y marca el tiempo presente de la sociedad en la que vive.

jueves, 13 de diciembre de 2018

JOSÉ MONLEÓN, ILUMINADOR DE SOMBRAS


En la colección "Libros de la Academia", una iniciativa de la Academia de las Artes Escénicas de España (AAEE), ha aparecido una interesante selección de escritos pertenecientes al gestor y teórico del teatro José Monleón. Con este libro publicado dos años después de su muerte es fácil reconstruir su pensamiento social y político, la memoria de su vida, su visión del arte, su compromiso con un teatro abierto a la paz y al ser humano diferente. El título del volumen es José Monleón o el iluminador de sombras, cuya edición he tenido la fortuna de compartir con su hija Ángela Monleón. Ella me ofreció la oportunidad de ayudarla en su construcción respetando lo más posible el código vital, cultural y teatral que caracterizó la trayectoria del fundador del Instituto Internacional del Teatro del Mediterráneo.
          El proceso que debimos seguir para llegar a los 28 textos que conforman la edición resultó largo y laborioso. Son textos que tienen todo tipo de formato y de registro literario. Unos son conferencias transformadas en lecciones literarias y otros, textos que se reescriben después de una intervención pública para fusionar lo dicho con lo  que se quiso decir. Monleón ejerció de intelectual que se presentaba como una persona muy libre en las diferentes facetas de su vida, y también en el uso de los códigos de escritura. En sus innumerables intervenciones públicas usaba ante un auditorio entregado el tipo de oratoria y lenguaje que consideraba más apropiado para el espacio social en el que se encontraba.
        Al empezar a pensar en los materiales del libro, quisimos inventariar los temas y los argumentos que le fueron preocupando en sus diferentes etapas vitales. Se trataba de agrupar las principales líneas, los ámbitos esenciales en los que situó sus preocupaciones vitales, sus inquietudes culturales y políticas, sus descubrimientos teatrales, sus retos profesionales.
       A partir del año 2000 mostró interés por dejar escritos determinados episodios de su vida, la infancia y la adolescencia, las vivencias de la guerra civil y del primer franquismo. El libro La travesía reúne esos testimonios. Su contenido no pretendía ser unas memorias completas, pero ya mostraba su especial interés por incorporar la vida personal a los libros, artículos y conferencias, ofreciendo una imagen vibrante de intelectual que agrega a su razonamiento, el corazón y la emoción de sus experiencias.
        Quisimos imaginar que además de ser una persona que siempre defendía su libertad de opinión, supo también ejercer de rebelde con causas, en las que incluso sometía a revisión su propia conducta o sus propias determinaciones. El perfil de amotinado de Aranjuez le iba como anillo al dedo. Pepe -recuerdo ahora- primero iba a la contra, en un pulso inicial ejercía la crítica, pero luego intentaba construir complicidades y sumar voluntades para crear cuerpo social.
       Era evidente que su análisis del teatro conservador español durante el franquismo se había nutrido de clases dadas en las aulas, de centenares de artículos y críticas teatrales publicados en Triunfo, Primer Acto, Diario 16...  En ese inmenso espacio de escritura debíamos encontrar parte de los textos elegidos para el libro. Monleón militó en el rescate de la cultura republicana, mutilada y exiliada por el golpe de estado de Franco y la inevitable guerra civil. Max Aub, Rafael Albertí, Miguel Hernández, García Lorca, Valle Inclán, José Ricardo Morales corresponden a la nómina de obras y autores a los que se entregó en cuerpo y alma desde los años 60. 
    La trayectoria vital de Monléon experimentó una transición y transformación cultural mucho antes de que el dictador diera su último suspiro en El Pardo. Antes de 1975 ya había descubierto y escrito sobre el teatro europeo de vanguardia en festivales donde Grotowski, Stanislawsky o Artaud, proponían nuevas formas de dramaturgia y de consideración del trabajo actoral. Conoció anticipadamente la nueva escena europea. Pero mientras ponía un pie en nuestro viejo continente, el otro pisaba tierra firme por América Latina, donde desplegó un importante trabajo informativo y un activismo teatral que mantuvo vivo toda su vida. En esos espacios internacionales es donde imaginó e impulsó una nueva manera de considerar el flamenco. Lo sacó del tablao para subirlo al escenario y le incorporó el sentido dramatúrgico que mantenía oculto. La Cuadra de Sevilla es la compañía española que representa perfectamente lo que Monleón soñó e imaginó cuando llevaba espectáculos flamencos al Teatro de las Naciones de París.
          Aun nos quedaban otras áreas que tomar en consideración para completar el sumario del libro. Gestionó festivales, fue pionero en crear plataformas culturales. Puso en marcha el Instituto Internacional del Teatro del Mediterráneo convencido de que desde el sur geográfico y social, desde el sur mediterráneo, se podía profundizar en una cultura de paz y de aceptación del otro diferente. No queríamos olvidar  que durante largos años ejerció de profesor de Sociología del teatro en la RESAD y escribió en los medios informativos crítica teatral, para subrayar las propuestas que eran innovadoras o desautorizar las producciones que suponían una involución. Los artículos de reflexión sobre su oficio, sobre los actores y los directores, sobre la autoría y la representación teatral, debían también integrar el índice del libro.
        Y por último, otro argumento básico a valorar era consecuencia de su militancia por la paz. En los últimos tiempos Pepe mostró una profunda preocupación por potenciar el encuentro de las tres culturas, el encuentro de las diversas religiones, para que la paz no fuera por imposición o por negación del otro, sino por síntesis y fusión de los mensajes de la tradición mediterránea. De ese modo Ángela y yo, al llegar al final del camino investigador y recopilador, descubrimos que el niño de la guerra, que había descubierto la violencia muy pronto, de adulto se había transformado en militante de la paz y la interculturalidad.

          Rodeados de académicos y amigos hemos presentado el libro en el Teatro de la Comedia, en Madrid. Ha sido un emotivo homenaje, dedicado a un hombre de teatro que se anticipó a las encrucijadas que ahora estamos viviendo. Un ciudadano del mundo que vivió las realidades y el tiempo en directo, para transformarlos en pensamientos y escritos que ahora recuperamos. 




domingo, 9 de septiembre de 2018

TRAS LOS PASOS DE STEWART Y BRENAN EN LA ALPUJARRA

Cuando el hispanista Gerald Brenan descubrió La Alpujarra, al sur de Sierra Nevada y al este de Granada, en los años 20 del pasado siglo, andaba buscando un refugio arraigado en el mundo de la naturaleza. Puso condiciones: que costara el poco dinero del que disponía, y que el pueblo elegido permitiera olvidar la vida urbana, industrial, victoriana, universitaria y militar que había ocupado su juventud. Al final eligió la población de Yegen, situada en el área de influencia de Ugijar, pero en realidad hubiera deseado instalarse en la Axarquía malagueña o en otras latitudes de montaña más cercanas al mar.
El polifacético Chris Stewart (ex batería de Génesis y esquilador de ovejas, entre otros oficios) al llegar a La Alpujarra ya había satisfecho la llamada de la naturaleza en anteriores etapas vitales. Por ello, comprar el cortijo en ruinas El Valero, en los alrededores de Órgiva, suponía olvidarse de aventuras. Buscó un asentamiento en un mundo hecho a su medida para tener hijos, cuidar de animales, cultivar frutales y practicar una economía autosuficiente. Y para contar esta hazaña vital en libros. Abandonar el nomadismo para arraigarse en las tierras de Al-Ándalus, que siempre fascinaron a los románticos británicos, más que una huida significaba para Chris y esposa poder realizar la vida a la que aspiraban. En definitiva, se trataba del proyecto de reconstruir en el siglo XX la útópica vida rural del Beatus ille del poeta Horacio.
Brenan cita precisamente al latino Horacio en las primeras páginas de la crónica viajera y antropológica que dedicó a aquel tiempo, y que incrementó su fama entre los lectores españoles que le habíamos descubierto al leer El laberinto español, en Ruedo Ibérico: "Me sonríe más que ningún otro/ aquel rinconcillo, donde la miel/ no desmerece de la del Himeto/ y la verde oliva compite con el Venafro,/ donde la primavera es larga y donde/ Júpiter otorga tibios inviernos..."
Olivos, vides, frutales, fuentes, cursos de agua por todas partes, panorámicas de horizonte ilimitado, carreteras endiabladas con buen firme y giros de todo tipo, calles con pendientes de vértigo... forman parte del escenario alpujarreño que he descubierto, con estas referencias librescas en la cabeza, en el nuevo viaje que he realizado este verano por la vertiente sur de Sierra Nevada. Y todo ello envuelto en un silencio constante.



Mi primera incursión en La Alpujarra la hice hace bastantes años con un pequeño grupo viajero, guiados por el amigo y periodista Javier Valenzuela. Los pueblos de Bubión, Pampaneira y Trevélez nos acogieron poco tiempo, porque los fuertes vientos de aquel mes de abril obligaban a andar por las calles agarrados a unas barandillas que ayudaban a avanzar y no perder el equilibrio. Acortamos la estancia en esta zona de influencia de Órgiva para refugiarnos en la ciudad de Granada y en su Semana Santa.
En aquel tiempo Chris Stewart todavía no había descubierto su cortijo imaginario ni había despertado la curiosidad de los numerosos viajeros, que ahora desearíamos ser protagonistas de sus experiencias, pisando el territorio que nutre las historias de sus cuatro magníficos libros. Esta parte occidental de La Alpujarra, la más cercana a Granada, ya gozaba décadas atrás de fama turística, mientras que la oriental y la perteneciente a Almería se ofrecían como destinos de mayor dificultad, anclados en una vida antigua y tradicional.
Pues bien, mi curiosidad en esta ocasión ha venido marcada por el precedente de Brenan, pero sobre todo por los ingleses coetáneos que desembarcaron en la comarca de Ugijar y Guerín en los años 90 buscando un tipo de vida más vinculado al mundo alternativo de Mayo del 68 y a las primeras experiencias hippies de Ibiza, Woodstock y California. Así que decidimos entrar a la zona desde el mar, por las carreteras de Almería, y disfrutar de la acogida social de varios núcleos de población situados en los alrededores de la calzada que cruza Sierra Nevada de norte a sur, alcanza los 2.000 metros y desciende hacia tierras de Guadix.



Nuestros guías en esta ocasión han sido ingleses anónimos y españoles con memoria, que se sienten solidarios con los habitantes de la última tierra andaluza que ocuparon los pueblos del Islam cuando la corona decidió transformarlos en moriscos y tiempo después expulsarlos de sus tierras y propiedades para ser abandonados en el Magreb. Británicos románticos como los que viajaron a Andalucía en el XIX han sido los inspiradores del viaje que he realizado este verano.
Una tierra perteneciente a los moriscos, gentes que intentaron hacerse fuertes en estas montañas de Sierra Nevada cuando su rebelión fue aplastada sin piedad. En Válor está la supuesta casa de Abén Humeya, último rey de los moriscos. El novelista Ildefonso Falcones en su libro La mano de Fátima describe la increíble violencia desatada por las tropas españolas contra niños y mujeres en los valles y barrancos del pueblo de Juviles durante aquel episodio histórico.
Las poblaciones visitadas (Picena, Laroles, Júbar, Mairena) han perdido vecinos en los últimos años, pero en verano siguen siendo el destino preferido de los habitantes que emigraron a Barcelona y Madrid. También los que descienden al litoral para trabajar en el mar de plástico de agricultura intensiva de Almería regresan felices. Los que vuelven construyen casas nuevas y reviven viejos tiempos en fiestas y excursiones.
En estas latitudes la vida cambia poco. Los del barrio de abajo, que tenían menos recursos, aspiran a construirse la nueva casa en el barrio de arriba. Los pueblos se configuran en una especie de ancha escalera, asentada en la ladera, para que todos disfruten de los paisajes del valle. La vida cotidiana permanece fiel a los tiempos difíciles. El gallo sigue rompiendo el silencio del amanecer. Las pisadas del primer paseante acompañan el último sueño del visitante. Los estrechos y empinados callejones amplían el eco de las conversaciones como si fueran el principal acontecimiento del día.
Se continúa construyendo de la misma manera. Techos horizontales, sin tejas, protegidos por grandes losas de piedra cubiertas con una gruesa capa de launa apisonada (arcilla que se extrae de los barrancos), que protege de la humedad y da peso al tejado. Y en una esquina se coloca un canalón para evacuar directamente el agua de lluvia sobre la pendiente de la calle. En el interior se enyesan y encalan los muros de la casa dejando las paredes con imperfecciones y sinuosidades. El último piso es el más apreciado: la azotea para secar alimentos y la terraza para otear el horizonte. El piso más bajo mantiene su puerta más pequeña porque era la entrada del ganado y de los aperos de labranza.






Los británicos que aterrizaron por aquí las últimas décadas, compraron y restauraron casas, colaboraron con la población local en el relanzamiento de la cultura y el ocio, promocionaron la gastronomía alpujarreña. Al final de un día pudimos comprobarlo en un encuentro de la música y danza flamenca con la hindú, programado gracias al arraigo que estos inquietos ingleses impulsan a través del festival Me vuelves Lorca. Cinco ediciones cultivando la memoria del gran poeta granadino. La bailaora Belén Maya y la cantante y bailarina Amina Khayyam transformaron el escenario colocado sobre la antigua era de Laroles, donde se trillaba el trigo, en un balcón de arte abierto a la noche mágica de Sierra Nevada.
Al día siguiente en Jóbar participamos de la fiesta flamenca del grupo local No me toques las palmas que me conozco, y degustamos el guiso de la olla monumental después de comer bocadillos y aperitivos. La pista de baile correspondía a la explanada de la iglesia, una antigua mezquita construida en el siglo XII, que también acogió un tiempo a los sefardíes locales. De manera que las tres culturas protegen esta fiesta popular en un pueblo que permanece activo, colgado en la ladera meridional del Mulhacén y Veleta.



Otra jornada decidimos ascender la sierra para descubrir lo que se esconde al otro lado, en las tierras de Guadix. Seguimos la enrevesada carretera para alcanzar con la vista la panorámica de los paisajes del Marquesado de Zenete. Y la sorpresa fue enorme. Al norte de Sierra Nevada practicamente divisamos un desierto, que en otro tiempo estuvo dedicado a la extracción de minerales. En el castillo palacio de La Calahorra, el Marqués de Zenete, hijo reconocido del Cardenal Mendoza, reunió lo mejor de la arquitectura y el arte renacentistas. Una joya cultural situada fuera de ruta en este paraje de territorio áspero y seco, sin árboles. El nombre del marquesado procede de la palabra árabe sened, que significa subida, falda, cuesta del monte.
En Picena tuve oportunidad de conocer a un vecino, rapsoda autodidacta, que nos regaló el recitado de un poema que había escrito para ensalzar su pueblo cuando siente nostalgia en las tierras catalanas ,donde emigró. Con una sabiduría muy distinta a la que encontramos en los libros y vidas de Brenan y Stewart, nos fascinó con un poco de cultura arraigada en la tierra y el agua: "De abundantes almendrales, oh Picena, cómo estás, el vergel de tus barrancos que Granada aquí nos da/ Y en la vega tantas flores, nuevas semillas dejaran, y ese nombre de Picena por el mundo llevaran./ Picena, ¡ay Picena!, dulce nombre, tierno hogar, con la flor de tus olivos me pareces un altar".



Y después de diez días en esta tierra escondida, abandonamos, con aire renovado y los oídos acostumbrados a escuchar el silencio, estas rutas viajeras que permitieron a las gentes del Islam prolongar su vida en España sin despertar excesivos recelos. Un tiempo de tregua aparente que no duró mucho. Mientras tanto, dejaron unas raíces culturales, transformaron un paisaje agrícola y crearon unos núcleos de población, que los viajeros, y de manera especial algunos ingleses, encontramos hoy todavía sin contaminar. 

miércoles, 6 de junio de 2018

PIO BAROJA Y JUSTO SERNA


A lo largo de los años hemos construido nuestra biblioteca con criterios que han ido evolucionando igual que nuestras vidas. Al principio colocas un volumen detrás de otro porque todavía no son muchos los libros que tienes que guardar. Más tarde la acumulación te obliga a ordenarlos por temas, por materias, por formatos. Quieres satisfacer unas preferencias lectoras muy relacionadas con tu trabajo. Pero cuando te descubres colocando los libros encima de las sillas o sobre las mesas porque ya no tienes espacio para poner nuevas estanterías, se te plantea elegir entre los que deseas conservar y aquellos que puedes regalar o vender. A partir de ese momento tu biblioteca se va organizando de acuerdo a tus nombres preferidos.

El concepto de biblioteca de autor o de autores resulta idóneo en un tiempo actual en el que la inmediatez, la propuesta de consumo rápido, la oferta constante de quemar en pocos días y horas estímulos y novedades, nos impulsa a ir de un autor a otro. Ese tipo de biblioteca, con demostrado arraigo en el mundo editorial,  permite conocer los aspectos poliédricos de la obra y la vida de los creadores. Porque los literatos, cuando son buenos, reúnen en sus creaciones una manera coherente de ver la vida, de reconstruir un período histórico, de describir la cultura de un pueblo, de un país, ofrecen una manera personal de descubrir el ser humano. El concepto biblioteca de autor incluye, por supuesto, todos los ensayos y escritos dedicados a analizar esa producción literaria firmada por el mismo nombre y apellido.


Creo que este es el verdadero sentido de la colección Baroja y yo que nos presenta el editor Joaquin Ciáurriz, en la que el historiador Justo Serna ocupa un lugar preferente entre los veintitantos autores que irán publicando su manera de acercarse y entender la literatura y la personalidad de Pio Baroja.

El nombre de Baroja formó parte, por prescripción paterna, de la biblioteca de libros ordenados consecutivamente por fecha de compra que Justo comenzó a formar cuando era adolescente. A raíz de ese hecho descubrió que su padre había sido un lector oculto durante bastantes años. Sólo empezó en 1973 -recuerda Justo en el libro que voy a comentar- a hacer ostentación de sus volúmenes, a mostrar físicamente los libros que consumía, a declararse un gran lector. Una preciosa manera de señalar que ya estábamos haciendo la transición social. Leer, tener libros, no era una vergüenza, tener ideas propias no era un delito social. 

La recomendación paterna para formar esa biblioteca iniciática estaba formada por una santísima trinidad de la literatura española: Cela, Delibes y Baroja. La sugerencia que recibió Justo era muy precisa: elegir entre leer La Colmena o La familia de Pascual Duarte, Cinco horas con Mario o Viejas historias de Castilla la Vieja, El árbol de la ciencia o La busca


Afortunado Justo que pudo crecer en el cultivo de las letras acercándose a la España trágica y rural de un futuro premio Nobel, que empezó a leer reconociendo la España verde de una vallisoletano universal e imaginando la España urbana, científica y europea de nuestro querido Pio Baroja. No sé por qué la primera y probablemente falsa impresión que tuve es que Baroja podía ser disolvente como lo había sido Quevedo en su tiempo, escribe Serna.

Justo tiene que ser consciente de que otros crecimos con el mandato paterno de leer Gironella, Vizcaíno Casas y las dietas con potasio de Ana Maria Lajusticia. En el colegio fue un poco distinto porque Las inquietudes de Shanti Andia, de Baroja, estaba en la lista de lecturas recomendadas junto al nombre de Martin Vigil, Hemingway, Cervantes y Larra.  


También don Pío Baroja tuvo su biblioteca de iniciación al mundo de los libros, unas publicaciones, que según describió en sus reflexiones de madurez, le ayudaron a elegir un conjunto de valores morales, valores democráticos de tolerancia y libertad sin condiciones, en definitiva de cultura crítica. Aquella biblioteca tuvo como autores preferentes a Julio Verne, Nietzsche, Darwin y Kant, según nos cuenta don Justo. Casi nada: ciencia y ficción al servicio de un siglo XX, que Baroja ayudó a conformar en sus creaciones, al proponer y crear un futuro desde el pesimismo nacional que le había situado como valor destacado en la generación española del 98.

La pieza central del libro se encuentra en el capítulo El personaje como lector, dedicado a analizar la novela El árbol de la ciencia, escrita por don Pio en 1911, a juicio de muchos su mejor novela. Estas páginas son un prodigio de síntesis e interpretación construido por el bagaje intelectual exigente al que Serna nos tiene acostumbrados en sus libros y artículos. El personaje central Andrés Hurtado es un buen ejemplo de la experiencia vital y la imaginación literaria de Baroja. Este libro, con título que comparte botánica y ciencia, escrito a la manera de un episodio nacional galdosiano o de una novela ejemplar cervantina, ofrece lo mejor del perfil cultural de don Pío: amor por la ciencia (era médico aunque no quiso ejercer), amor por los libros, amor por la filosofía, amor por la libertad individual.



Andrés Hurtado, el personaje, es un gran lector y posee su biblioteca. Los autores que la integran son Darwin, Schopenhauer, Nietzsche y Kant, entre otros. También Hurtado es un voraz lector de novelas francesas, en donde quería adivinar su porvenir. Lo que no distinguimos mirando sencillamente por la ventana lo aprendemos leyendo novelas -escribe Justo-. Lo que no conseguimos atisbar lo logramos viendo lo que otros inventaron para nosotros. No todo es estudiar en el joven Hurtado o en el maduro Serna, en efecto. Hay mucho sobre lo que instruirse sin moverse y sin escrutar.

En Baroja habrá siempre un inquisitivo racionalista, un estudioso que desconfía del género humano: de esa especie cuya taxonomía puede establecerse -escribe Justo en el capítulo dedicado a El árbol de la ciencia-. En Baroja habrá siempre un erudito que se explaya, que se derrama, que se interroga y se responde con ardor y coraje. Hurtado caerá, Baroja resistirá. Yo me mantengo como puedo: de milagro.

Justo ha buscado establecer su relación personal con el mundo y la obra de Baroja al subrayar el contexto de un autor que vive con los libros y que crea unos personajes literarios que, a su vez, también leen dentro de las novelas y recrean su vida acumulando libros. Por ello le llama lector impenitente, definición que asimismo podría aplicar a la pasión que Serna mantiene por la lectura y por la escritura de libros desde hace años. Creo que como historiador de contemporánea podría haber elegido otra óptica para describir su relación con Baroja: la de cronista de una realidad social, la de literato de una época española descrita a través de unos personajes que ilustran adecuadamente la España de al menos cinco décadas situadas en el cambio de siglos del XIX al XX. Este valor de la obra de don Pío don Justo no lo niega: Los historiadores tenemos la sospecha de que Baroja observó, analizó y criticó unos mundos bien reales, una España de ficción, una condensación de la España de su tiempo. Justamente por eso lo leemos. Pero eso no es suficiente para que mantenga su vigencia hoy. Baroja sigue siendo actualidad porque: nos procura placer -afirma Serna- el placer del texto, la dicha de una narración con aventura moral y agudas observaciones… Su escritura es precisa, tajante, sin desmayos ni concesiones cursis. Su prosa es un depurativo.

En el libro que comento se incorpora una cita del discurso de Baroja pronunciado cuando ingresó en la Academia Española en 1935, es decir, en plena II República. En el texto destinado a tratar el tema de la formación psicológica de un escritor, don Pío lamentaba haber leído tantos libros, especialmente novelas, sin elegir la calidad de los autores, porque un día descubrió que desconocía las obras maestras de la literatura universal. Y expresó a los académicos sus dudas: ¿no hubiera sido mejor leer, como los antiguos, cinco o seis obras bien?


En otra página encontramos una cita de la obra Las horas solitarias, escrita por Baroja en 1918, sobre lo que es un lector bueno y lo que es un lector malo. El bueno es ese lector tranquilo, según don Pío, que va recogiendo pausadamente las impresiones que le da el autor sin impaciencia ni prisa. Y a continuación el adolescente Justo, aquel que recibió el mandato paterno de elegir obras de Baroja, Delibes y Cela, reconoce su deseo: Yo quería obrar como ese lector bueno, tranquilo, pausado. Pero su realidad lectora era todo lo contrario, se situaba en el lector malo descrito por don Pío: saltaba las páginas que le aburrían y buscaba el resultado final de las tramas e intrigas propuestas por los autores. Suerte que Baroja había reconocido ser un lector malo, y el joven Justo pudo sublimar su sentimiento de culpa. Si lo defiende don Pío –pensó- quiere decir que lo puedo seguir haciendo. Ya habrá tiempo cuando sea adulto para leer sin prisas ni urgencias.


Aunque Pío Baroja y el joven Justo justificaran la mala lectura, quiero realizar una defensa de la lectura pausada, la lectura destinada a conocer el conjunto de la obra de un autor y de los ensayos que su obra desencadena. El conocimiento en profundidad produce un placer inmenso. La biblioteca de autor, de autores, es una opción de madurez vital, de calidad superior a la biblioteca organizada por orden temático o por el orden cronológico de adquisición.

Desde esta perspectiva cultural hay que aplaudir la atractiva iniciativa del editor Joaquin Ciáurriz, porque ayuda a que inauguremos o ampliemos en nuestras estanterías la biblioteca de Pío Baroja. Y, por supuesto, quiero recomendaros el ensayo de Serna, que nos muestra a un maduro escritor que ha abandonado las urgencias de un joven lector que comenzó a vivir y a soñar leyendo a Baroja.

(Las fotos pertenecen a la presentación del ensayo de Justo Serna en la librería Ramón Llull de València)

sábado, 14 de abril de 2018

LA NIETA DE JUAN NEGRÍN

Hoy es 14 de abril. Una vez más celebramos la proclamación de la II República española en 1931. ¿Qué tendrá abril para que sea el mes de unas cuantas revoluciones sociales y cívicas de los últimos tiempos? Los claveles de Portugal estallaron de color y canciones un mes de abril sobre los tanques y vehículos militares. Lo mismo se puede decir del mes mayo. Los adoquines de las viejas calles de la Sorbona volaron por los aires un mes de mayo, empujados por la ira de jóvenes y estudiantes que estábamos dispuestos a cambiar el mundo de nuestros padres, y en España la dictadura en la que habíamos nacido.  Las expectativas que genera la primavera se fraguan con una savia y energía que empujan los sueños desde la utopía a la concreción real. 
La I República, la de 1873, sólo se recuerda en los libros. Fué más fría y breve, una república de invierno. Comenzó en febrero y en diciembre acabó. Sólo dió tiempo para vivirla durante dos veranos. Creció entre dos reyes, uno Amadeo de Saboya el breve, y otro, el que la enterró, Alfonso XII el restaurador. 
En estos tiempos del siglo XXI no parece que la puesta en marcha de la tercera República española vaya a ser un intermedio entre dos monarcas. Llegará -¡a saber cuando!- por el poder democrático de las urnas para poner el punto final a una larga historia de la monarquía española, para que la jefatura del Estado no sea una cuestión de sangre o derecho hereditario sino una representación mediadora, consecuencia del poder parlamentario.
Es de agradecer las frecuentes inciativas que tenemos oportunidad de vivir en Valencia para recordar y acercarnos de una manera más real y eficaz a aquella República, que de haber continuado habría evitado el tiempo muerto que representó para la historia española, en muchos aspectos, la vuelta de la cultura reaccionaria, alimentada por la Iglesia dogmática, y la negación de la libertad de pensamiento y expresión política.
Disfruté al escuchar hace unos meses a Carmen Negrín, nieta del médico Juan Negrín, expresidente de la República, en el hemiciclo del Ayuntamiento de València recordando la presencia de su abuelo en ese mismo espacio de representación política. Recordó las tensiones políticas que generaron las cortapisas intelectuales que el estalinismo quiso imponer al II Congreso Internacional de Escritores para la defensa de la Cultura, reunido en nuestra ciudad para denunciar el acoso y derribo de la democracia que el fascismo estaba imponiendo en Europa.
Esta presencia sectaria del estalinismo también fue caballo de batalla en el congreso que Ricardo Muñoz Suay coordinó en Valencia en 1987 intentando reunir un abanico de voces intelectuales parecido al que acudió a la capital del Turia siguiendo la consigna internacional de bloquear la expansión del fascismo.
Carmen preside la Fundación Negrín (ubicada en Las Palmas de Gran Canarias), donde el inmenso archivo familiar está permitiendo a los investigadores contar el verdadero destino y empleo del llamado -por los franquistas- "el oro de Moscú". También ha favorecido devolver a la figura socialista de su abuelo el protagonismo político que le correspondió ejercer para salvar a toda costa a la República española, pese al boicot del poder aliado europeo y a la oposición interna de sectores republicanos. Cuando íbamos a escuchar a la nieta de Negrín subimos por la imponente escalinata de acceso al hemiciclo, que fué destruida por los bombardeos que soportó la Valencia republicana en la guerra civil.



Otra oportunidad de identificación republicana la tuve en los coloquios que se organizaron entre representantes actuales del mundo de la cultura española para evocar la densidad dialéctica de aquel hemiciclo municipal donde Negrín pudo expresarse en todas las lenguas que representaban a los intelectuales llegados de todo el mundo. Difícil de comprender hoy que un político español hubiera estudiado su carrera en Alemania y dominara las lenguas del continente, cuando nuestros presidentes tienen ahora la costumbre de hablar solamente el español y cuando emplean escuetamente el inglés le aplican el acento de México.
En el Convento del Carme, después del plenario municipal donde nos habían entregado un precioso libro Poetas en la España leal, un volumen de poemas escritos por Juan Gil-Albert, Antonio Machado, Rafael Alberti, León Felipe y otro escritores que apoyaron el antifascismo, la actualidad republicana se transformó en foro de debate y confidencias. Manuel Vicent, Rosa Regás, Luis Antonio de Villena, Espido Freire, Carmen Alborch, Guillermo Carnero, Sergio del Molino y otros autores dialogaron sobre la cultura de hoy desde la perspectiva del pensamiento que se generó en la República del 31. El profesor Justo Serna administró las opiniones de Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina para hilvanar el relato de una cultura libre, pausada y de largo alcance, que se resiste a la inmediatez, a la emergencia y al permanente politiqueo de la realidad reclamando sentencias sobre todo lo que sucede. 


 Entre las numerosas exposiciones que han reconstruido ultimamente la memoria de la República de Manuel Azaña me sorprendió gratamente que en una de ellas sirviera de epílogo una crónica que publiqué en 1981 (y que ahora he vuelto a reproducir en mi libro Crónicas de la transición valenciana) cuando murió abandonado y olvidado el cartelista republicano Arturo Ballester.  Los comisarios de la exposición del MUVIM, su director Rafael Company y el especialista Amadeo Griñó, pensaron que la crónica que publiqué en El País a raíz del entierro de Ballester, reproducida brevemente al lado de un retrato imponente de Franco pintado por Josep Segrelles, podía ser la evidencia del lamentable olvido que se aplicó a todo lo que representara memoria republicana en las cuatro décadas de la dictadura y en las primeras décadas de la recuperada democracia. Hasta la aprobación de la ley de memoria histórica no ha habido un reconocimiento público de que la parte de la sociedad española que se congeló en 1936-1939 sigue estando viva, dispuesta a crecer y evolucionar.
València sufrió numerosos bombardeos por mantenerse fiel a la República hasta los últimos meses de guerra civil. Por ello dispone de unos cuantos refugios, que al ser restaurados ahora gracias a esa nueva pasión por rescatar a la República del olvido, se están transformando en espacios culturales donde poder escuchar un concierto, asistir a una sesión teatral o de cine, donde visitar una exposición que narre la tragedia de los años 30.
Disfruté con la sesión del último Festival Cinema Ciutadà Compromès (FCCC), que organizamos los socios de ACICOM en el refugio del Ayuntamiento, abierto más o menos debajo del hemiciclo, porque conocer en un documental la investigación de la ejecución a muerte del rector de la Universidad, el doctor Peset, por decisión arbitraria de un tribunal franquista después de la guerra, daba intensidad y emotividad a los numerosos testimonios que escuchamos en la pantalla mientras intentábamos adaptarnos a la atmósfera pesada y húmeda del espacio, a la estrechez de las galerías, al sonido que nos devolvía el techo abovedado.


El poeta Gil-Albert publicó en 1937 un poema dedicado a la vid, planta que madura sus racimos en septiembre, no en abril o mayo, meses en los que maduran los frutos de las revoluciones. Lo publicó en el libro que se entregó a los congresistas que acudieron en julio de 1937 al hemiciclo municipal. Los congresistas de 2017 también recibimos el regalo de su reimpresión con un anexo escrito por el valenciano Manuel Aznar Soler, gran especialista de la cultura republicana. Algunos versos de nuestro alcoyano universal me permiten acabar esta evocación del 14 de abril.
"¿Pero cuándo, ¡oh impetuosa vid!,/ en moradas felices/ secos ya los recuerdos de estos hechos que aturden,/ osarán los vigorosos corazones/ embriagarse a sus anchas?/ Han de tardar aún/ en lejanos otoños,/ las promesas de los viejos racimos/ colgantes sobre la paz que embarga/ brotada como tú misma/ de esa oscura realidad de la muerte./ Y entre tanto en el aire,/ dispuesta a soportar una lumbre futura/ entretejen tus ramas/ las coronas de amor para el que parte,/ los adioses frenéticos que cumples/ suave,balanceante y risueña,/ tu homenaje de extraña indiferencia". 

domingo, 1 de abril de 2018

VERANO DE 1976 EN EL MUSEO DE VILAFAMÉS

Si uno de estos días vas a visitar el Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés (interior de la provincia de Castellón) en la recepción te recibirán la silueta completa y multicolor del fundador Vicente Aguilera Cerni, acompañado de su perro, situado a un lado del mostrador del recepcionista, y la del antiguo alguacil de Vilafamés, que te acogerá dispuesto a vender la entrada y dejarte pasar. Mientras tanto, desde el balcón que establece la escalera, el exalcalde franquista, Vicente Benet, te saludará con la mano abierta y te animará a que visites la colección con entusiasmo y curiosidad. 
Son figuras y escenas que crearon los artistas Gabriel Cantalapiedra y Antonio Bellido Lapiedra en el verano de 1976 para colocar ante las fachadas y por las calles del pueblo, con el objeto de atraer más público al museo que se había inaugurado en 1972.Y también, para convencer a los vecinos de toda la vida de que el trabajo cultural que se estaba realizando en la salas del antiguo Palau del Batlle iba a marcar definitivamente el futuro de todos ellos y sus familias.
La exposición "Records d'un temps passat", comisariada por Claudia de Vilafamés y Teresa Lidón Babiloni, reconstruye, esta vez en el interior del museo, todas las instalaciones que hace 42 años se colocaron en el espacio urbano exterior. Se ha aprovechado la ocasión para restaurar muchas de las piezas, que son memoria de las personas que desde el mundo de la cultura de vanguardia y desde  la esfera de las instituciones locales, herederas todavía de la dictadura, supieron defender un proyecto diferente y singular en aquel mundo tan gris y sombrío.





La procesión de la Virgen situada al fondo de una de las empinadas calles del centro histórico, las imágenes de Mia Farrow y Robert Redford en "El Gran Gatsby", el coraje y rebeldía de Concha Velasco, la corporación municipal dando el mitin sobre una tarima, un coche con faros de antes del led y paneles geométricos iluminados con bombillas, los figurines de los artistas nacionales pioneros en apoyar la iniciativa de Aguilera y comprar casas antiguas para restaurar... todas estas situaciones sociales se corresponden con escenas que formaron parte de la decoración pop y kitsch que Cantalapiedra y Bellido distribuyeron por las calles de tierra y piedra que sobrevivían a un abandono progresivo del centro histórico.
Sobresalía una escena de múltiples figuras, entre ellas la de Aguilera y varios artistas, situada a la entrada de la iglesia, a la que te podías incorporar, a la manera de un fotocall actual, para que quedara inmortalizada tu presencia real entre aquellos seres comprometidos con la cultura, que habían elegido Vilafamés para realizar un sueño artístico y estético.  El acierto de su proyecto lo acreditan los centenares de visitantes y turistas que estos días de Semana Santa han llenado las calles, los restaurantes y los aparcamientos del pueblo, atraídos por la renovada imagen turística que promueve la actual corporación municipal y por la nueva dinámica cultural en la que está trabajando el equipo gestor de la directora del Museo, Rosalia Torrent.  





Si comparamos las imágenes de cuando se inauguró el museo en el verano de 1972 y las que hoy podemos disparar paseando por el museo y su entorno urbano, comprobaremos el intenso camino recorrido social e individualmente. La estética gris y degradada de los últimos coletazos del franquismo frente a la luminosidad, la diversidad y la libertad de creación de la actual sociedad determinan un escenario cultural completamente distinto. El testimonio de caricatura social y de ironía política que los dos artistas plantearon en sus creaciones al aire libre, hoy se contempla con los ojos de quien recuerda la osadía del arte pop que transformó lo cotidiano, la trivialidad del mundo industrial y publicitario, en iconos de modernidad. 
Gabriel Cantalapiedra no ha podido disfrutar de esta puesta en valor del trabajo que realizó hace cuatro décadas, ya que falleció tiempo atrás. Pero sus familiares y Antonio Bellido Lapiedra (la otra mitad creativa del proyecto expositivo) han podido disfrutar la iniciativa actualizada del museo y han agregado su imagen real y bien viva a las fotos fijas de los figurines que nos permiten, al menos ilusoriamente, estar rodeados de algunas de las personas que pusieron en pie el Museo de Vilafamés y que hoy ya no están entre nosotros. 




La visita al Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés Vicente Aguilera Cerni (MACVAC) no defrauda, porque su característica de colección abierta, en la que el artista puede cambiar y vender la obra que deja en depósito para que se muestre en las salas, permite periódicamente renovar y sustituir las piezas expuestas. De manera que si un visitante regresa al Palau del Batlle unos años después se encontrará con nuevas esculturas y pinturas que le remiten al arte de vanguardia más representativo de la segunda mitad del siglo XX. 
El museo de Vilafamés es un raro ejemplo de la colaboración y el apoyo que algunos alcaldes franquistas, al final de su ciclo histórico, supieron prestar a intelectuales progresistas, como Aguilera Cerni, que llegó al ayuntamiento con el proyecto de abrir un museo para acoger los movimientos artísticos que precisamente se habían rebelado contra la dictadura. Otro ejemplo de esta contradicción política se descubre en Benidorm, donde su alcalde franquista Pedro Zaragoza se apoyó en los ecologistas de Mario Gaviria para preservar la calidad medioambiental de las playas del término municipal y fué abanderado del bikini frente a la iglesia inquisitorial para captar el turismo internacional.

lunes, 19 de marzo de 2018

JOSÉ MIGUEL BORJA RECREA LA MAGIA DE LOS LIBROS

Los libros de José Miguel Borja siempre viajan por todas las épocas y construyen destinos que remiten a lugares lejanos o a espacios de la geografía más próxima. Es imprevisible saber a dónde nos conduce al pasar las primeras páginas de un nuevo título. Porque su mundo de origen, Gandía, la comarca valenciana de La Safor, la tierra donde se afianzó la saga de los Borja, papas, santos y cardenales, no tiene fronteras. Por el norte puede que limite con Inglaterra y la Costa Azul, por el sur con la negritud y el esclavismo, al oeste encontraremos Chile y Cuba y por oriente alcanzaremos a los valencianos que habitaron Roma y Nápoles y llegaron a Estambul. El mundo de ficción que recrea la pluma de mi querido amigo José Miguel se mueve en un espacio universal, guiado por una inmensa curiosidad, un sentido irónico de la vida y una agudeza visual que se apodera de todo lo que ve y siente.

            Quiero destacar que su última novela que acabo de leer, La magia que nos lleva (editada por Entrelíneas Editores), me ha despertado un inmenso placer, porque los libros y las historias que se encierran en sus brillantes palabras, se transforman en seres animados a los que hay que amar y buscar sin pausas. En este caso se trata de la biblioteca antigua del último gobernador de España en Chile, legado de tres generaciones de la familia Valdivia, amigos de los Allende y descendientes de un jesuita que casó con una princesa araucana, legado que han podido disfrutar cuatro generaciones, mientras la quinta empieza a pensar en venderla. 

         
La primera parte de la novela está marcada por el gran viaje histórico y espiritual que realizan los libros y sus propietarios, en el que el lector pasa de la fantasía a la realidad histórica guiado por un narrador que es más mago que relator. La segunda parte adquiere tintes de un breve thriller en el que continúa la ambivalencia entre realidad y ficción, sueño y realidad, sin que ello inquiete al lector porque ya sabe que se está hablando de libros que tienen poderes para construir trucos asignados solamente a los magos. Esa capacidad de fascinación y de imaginación está presente en todo el relato. Da lo mismo que la capacidad de transformación que su lectura genera se encuentre en la mente del lector o solamente en las páginas impresas del volumen, porque en la novela de José Miguel Borja el cuerpo del inspector Marlowe huele a letra impresa.

            La narración, que hubiera deseado más larga para disfrutar más tiempo, es fascinante desde la primera página, como buen número de las novelas y ensayos que el autor ya ha publicado –casi una treintena de títulos-. Borja ha alcanzado una madurez narrativa en la que puede presentar un universo literario bien construido, gracias al esfuerzo de años de escritura y lectura. Como si formaran parte de un espacio inmaterial con vasos comunicantes, algunos códigos y situaciones que ahora leemos remiten a obsesiones que ya nos ha descrito. Por ejemplo, los hemisferios de Magdeburgo, invento científico que demostraba la presión que la atmósfera ejerce sobre los que habitamos la tierra. Al leer este nombre me llega el aroma de la nostalgia y el humor aplicados a las experiencias familiares de una de sus primeras novelas. Lo mismo me sucede cuando algún personaje emplea un veneno, extiende un ungüento o habla de una medicina. Su ensayo sobre medicinas prodigiosas promocionadas por la publicidad del XIX y principios del XX está presente en la memoria del lector. Ahora el autor recuerda que el libro Las muy ricas horas, del Duque de Berry, una joya de códice, dedica notoriedad a este pensamiento, que da pie al título: “Los libros son la magia que nos lleva por la vida”. Como aquel Llibre d’hores que Borja escribió en 1990.  Imagino que para un autor es un halago que le señalen estas asociaciones de imágenes y nombres que relacionan todo su universo creativo, porque demuestra coherencia, inteligencia y perseverancia en sus razones para regalarnos ficciones. 

           

Hace un tiempo tuve oportunidad de presentar su novela El nieto secreto del general Franco (Nadir Libros, 2000) y aproveché la oportunidad de resumir su perfil biográfico con una metáfora sobre el ojo humano. Creo que quise decir algo parecido a lo que a continuación escribo. José Miguel comenzó en sus años mozos curioseando los misterios de la imagen, porque descubrió en edad temprana que lo que más se aproximaba a las fantasías y ensoñaciones cultivadas en los inolvidables años de colegio de curas era precisamente el séptimo arte, las imágenes en movimiento. Su partida de nacimiento indicaba en el apartado de observaciones: “le gusta pensar en imágenes, porque es marcadamente soñador”. De modo que en sus años universitarios estudió las técnicas del cine, compartiendo aulas en Madrid con Basilio Martín Patino y otros interesantes cineastas.
            Luego descubrió que el mundo también se podía concentrar en imágenes sin movimiento, y se puso a prueba creando libros de fotos. Así podía recuperar la memoria colectiva de su gente y determinadas ciudades valencianas. Planteó la posibilidad de contar algunas vidas, culturalmente ejemplares, en un nuevo género literario bautizado con el nombre de fotobiografía.
            Pero la vida no pasa en balde y José Miguel, antes de dedicarse en exclusiva a la escritura, descubrió otro arte visual, el que aplica el óptico desde su observatorio-consulta. Comenzó a observar que tras los ojos de sus clientes se escondían unas imágenes y unos sueños capaces de construir novelas trepidantes, llenas de miradas de múltiples colores. Observando nuestras pupilas descubrió espejos que reflejaban múltiples figuras, comenzó a cultivar el oficio de escritor y rompió el miedo para construir ficciones literarias. Comenzó a intuir en cada una de esas miradas desconocidas de sus clientes, el tono y el brillo que podían adquirir sus personajes de ensueño.
Si debo definir al escritor y buen amigo del que hoy tengo el gusto de comentar su última novela, lo haría con muy pocas palabras: es un excelente coleccionista de las fotos y los libros de la vida, a los que sabe poner voz y alma, pasión, humor y memoria. Un espíritu libre y literario que sabe volar por todas las épocas de la historia.