sábado, 14 de abril de 2018

LA NIETA DE JUAN NEGRÍN

Hoy es 14 de abril. Una vez más celebramos la proclamación de la II República española en 1931. ¿Qué tendrá abril para que sea el mes de unas cuantas revoluciones sociales y cívicas de los últimos tiempos? Los claveles de Portugal estallaron de color y canciones un mes de abril sobre los tanques y vehículos militares. Lo mismo se puede decir del mes mayo. Los adoquines de las viejas calles de la Sorbona volaron por los aires un mes de mayo, empujados por la ira de jóvenes y estudiantes que estábamos dispuestos a cambiar el mundo de nuestros padres, y en España la dictadura en la que habíamos nacido.  Las expectativas que genera la primavera se fraguan con una savia y energía que empujan los sueños desde la utopía a la concreción real. 
La I República, la de 1873, sólo se recuerda en los libros. Fué más fría y breve, una república de invierno. Comenzó en febrero y en diciembre acabó. Sólo dió tiempo para vivirla durante dos veranos. Creció entre dos reyes, uno Amadeo de Saboya el breve, y otro, el que la enterró, Alfonso XII el restaurador. 
En estos tiempos del siglo XXI no parece que la puesta en marcha de la tercera República española vaya a ser un intermedio entre dos monarcas. Llegará -¡a saber cuando!- por el poder democrático de las urnas para poner el punto final a una larga historia de la monarquía española, para que la jefatura del Estado no sea una cuestión de sangre o derecho hereditario sino una representación mediadora, consecuencia del poder parlamentario.
Es de agradecer las frecuentes inciativas que tenemos oportunidad de vivir en Valencia para recordar y acercarnos de una manera más real y eficaz a aquella República, que de haber continuado habría evitado el tiempo muerto que representó para la historia española, en muchos aspectos, la vuelta de la cultura reaccionaria, alimentada por la Iglesia dogmática, y la negación de la libertad de pensamiento y expresión política.
Disfruté al escuchar hace unos meses a Carmen Negrín, nieta del médico Juan Negrín, expresidente de la República, en el hemiciclo del Ayuntamiento de València recordando la presencia de su abuelo en ese mismo espacio de representación política. Recordó las tensiones políticas que generaron las cortapisas intelectuales que el estalinismo quiso imponer al II Congreso Internacional de Escritores para la defensa de la Cultura, reunido en nuestra ciudad para denunciar el acoso y derribo de la democracia que el fascismo estaba imponiendo en Europa.
Esta presencia sectaria del estalinismo también fue caballo de batalla en el congreso que Ricardo Muñoz Suay coordinó en Valencia en 1987 intentando reunir un abanico de voces intelectuales parecido al que acudió a la capital del Turia siguiendo la consigna internacional de bloquear la expansión del fascismo.
Carmen preside la Fundación Negrín (ubicada en Las Palmas de Gran Canarias), donde el inmenso archivo familiar está permitiendo a los investigadores contar el verdadero destino y empleo del llamado -por los franquistas- "el oro de Moscú". También ha favorecido devolver a la figura socialista de su abuelo el protagonismo político que le correspondió ejercer para salvar a toda costa a la República española, pese al boicot del poder aliado europeo y a la oposición interna de sectores republicanos. Cuando íbamos a escuchar a la nieta de Negrín subimos por la imponente escalinata de acceso al hemiciclo, que fué destruida por los bombardeos que soportó la Valencia republicana en la guerra civil.



Otra oportunidad de identificación republicana la tuve en los coloquios que se organizaron entre representantes actuales del mundo de la cultura española para evocar la densidad dialéctica de aquel hemiciclo municipal donde Negrín pudo expresarse en todas las lenguas que representaban a los intelectuales llegados de todo el mundo. Difícil de comprender hoy que un político español hubiera estudiado su carrera en Alemania y dominara las lenguas del continente, cuando nuestros presidentes tienen ahora la costumbre de hablar solamente el español y cuando emplean escuetamente el inglés le aplican el acento de México.
En el Convento del Carme, después del plenario municipal donde nos habían entregado un precioso libro Poetas en la España leal, un volumen de poemas escritos por Juan Gil-Albert, Antonio Machado, Rafael Alberti, León Felipe y otro escritores que apoyaron el antifascismo, la actualidad republicana se transformó en foro de debate y confidencias. Manuel Vicent, Rosa Regás, Luis Antonio de Villena, Espido Freire, Carmen Alborch, Guillermo Carnero, Sergio del Molino y otros autores dialogaron sobre la cultura de hoy desde la perspectiva del pensamiento que se generó en la República del 31. El profesor Justo Serna administró las opiniones de Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina para hilvanar el relato de una cultura libre, pausada y de largo alcance, que se resiste a la inmediatez, a la emergencia y al permanente politiqueo de la realidad reclamando sentencias sobre todo lo que sucede. 


 Entre las numerosas exposiciones que han reconstruido ultimamente la memoria de la República de Manuel Azaña me sorprendió gratamente que en una de ellas sirviera de epílogo una crónica que publiqué en 1981 (y que ahora he vuelto a reproducir en mi libro Crónicas de la transición valenciana) cuando murió abandonado y olvidado el cartelista republicano Arturo Ballester.  Los comisarios de la exposición del MUVIM, su director Rafael Company y el especialista Amadeo Griñó, pensaron que la crónica que publiqué en El País a raíz del entierro de Ballester, reproducida brevemente al lado de un retrato imponente de Franco pintado por Josep Segrelles, podía ser la evidencia del lamentable olvido que se aplicó a todo lo que representara memoria republicana en las cuatro décadas de la dictadura y en las primeras décadas de la recuperada democracia. Hasta la aprobación de la ley de memoria histórica no ha habido un reconocimiento público de que la parte de la sociedad española que se congeló en 1936-1939 sigue estando viva, dispuesta a crecer y evolucionar.
València sufrió numerosos bombardeos por mantenerse fiel a la República hasta los últimos meses de guerra civil. Por ello dispone de unos cuantos refugios, que al ser restaurados ahora gracias a esa nueva pasión por rescatar a la República del olvido, se están transformando en espacios culturales donde poder escuchar un concierto, asistir a una sesión teatral o de cine, donde visitar una exposición que narre la tragedia de los años 30.
Disfruté con la sesión del último Festival Cinema Ciutadà Compromès (FCCC), que organizamos los socios de ACICOM en el refugio del Ayuntamiento, abierto más o menos debajo del hemiciclo, porque conocer en un documental la investigación de la ejecución a muerte del rector de la Universidad, el doctor Peset, por decisión arbitraria de un tribunal franquista después de la guerra, daba intensidad y emotividad a los numerosos testimonios que escuchamos en la pantalla mientras intentábamos adaptarnos a la atmósfera pesada y húmeda del espacio, a la estrechez de las galerías, al sonido que nos devolvía el techo abovedado.


El poeta Gil-Albert publicó en 1937 un poema dedicado a la vid, planta que madura sus racimos en septiembre, no en abril o mayo, meses en los que maduran los frutos de las revoluciones. Lo publicó en el libro que se entregó a los congresistas que acudieron en julio de 1937 al hemiciclo municipal. Los congresistas de 2017 también recibimos el regalo de su reimpresión con un anexo escrito por el valenciano Manuel Aznar Soler, gran especialista de la cultura republicana. Algunos versos de nuestro alcoyano universal me permiten acabar esta evocación del 14 de abril.
"¿Pero cuándo, ¡oh impetuosa vid!,/ en moradas felices/ secos ya los recuerdos de estos hechos que aturden,/ osarán los vigorosos corazones/ embriagarse a sus anchas?/ Han de tardar aún/ en lejanos otoños,/ las promesas de los viejos racimos/ colgantes sobre la paz que embarga/ brotada como tú misma/ de esa oscura realidad de la muerte./ Y entre tanto en el aire,/ dispuesta a soportar una lumbre futura/ entretejen tus ramas/ las coronas de amor para el que parte,/ los adioses frenéticos que cumples/ suave,balanceante y risueña,/ tu homenaje de extraña indiferencia". 

domingo, 1 de abril de 2018

VERANO DE 1976 EN EL MUSEO DE VILAFAMÉS

Si uno de estos días vas a visitar el Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés (interior de la provincia de Castellón) en la recepción te recibirán la silueta completa y multicolor del fundador Vicente Aguilera Cerni, acompañado de su perro, situado a un lado del mostrador del recepcionista, y la del antiguo alguacil de Vilafamés, que te acogerá dispuesto a vender la entrada y dejarte pasar. Mientras tanto, desde el balcón que establece la escalera, el exalcalde franquista, Vicente Benet, te saludará con la mano abierta y te animará a que visites la colección con entusiasmo y curiosidad. 
Son figuras y escenas que crearon los artistas Gabriel Cantalapiedra y Antonio Bellido Lapiedra en el verano de 1976 para colocar ante las fachadas y por las calles del pueblo, con el objeto de atraer más público al museo que se había inaugurado en 1972.Y también, para convencer a los vecinos de toda la vida de que el trabajo cultural que se estaba realizando en la salas del antiguo Palau del Batlle iba a marcar definitivamente el futuro de todos ellos y sus familias.
La exposición "Records d'un temps passat", comisariada por Claudia de Vilafamés y Teresa Lidón Babiloni, reconstruye, esta vez en el interior del museo, todas las instalaciones que hace 42 años se colocaron en el espacio urbano exterior. Se ha aprovechado la ocasión para restaurar muchas de las piezas, que son memoria de las personas que desde el mundo de la cultura de vanguardia y desde  la esfera de las instituciones locales, herederas todavía de la dictadura, supieron defender un proyecto diferente y singular en aquel mundo tan gris y sombrío.





La procesión de la Virgen situada al fondo de una de las empinadas calles del centro histórico, las imágenes de Mia Farrow y Robert Redford en "El Gran Gatsby", el coraje y rebeldía de Concha Velasco, la corporación municipal dando el mitin sobre una tarima, un coche con faros de antes del led y paneles geométricos iluminados con bombillas, los figurines de los artistas nacionales pioneros en apoyar la iniciativa de Aguilera y comprar casas antiguas para restaurar... todas estas situaciones sociales se corresponden con escenas que formaron parte de la decoración pop y kitsch que Cantalapiedra y Bellido distribuyeron por las calles de tierra y piedra que sobrevivían a un abandono progresivo del centro histórico.
Sobresalía una escena de múltiples figuras, entre ellas la de Aguilera y varios artistas, situada a la entrada de la iglesia, a la que te podías incorporar, a la manera de un fotocall actual, para que quedara inmortalizada tu presencia real entre aquellos seres comprometidos con la cultura, que habían elegido Vilafamés para realizar un sueño artístico y estético.  El acierto de su proyecto lo acreditan los centenares de visitantes y turistas que estos días de Semana Santa han llenado las calles, los restaurantes y los aparcamientos del pueblo, atraídos por la renovada imagen turística que promueve la actual corporación municipal y por la nueva dinámica cultural en la que está trabajando el equipo gestor de la directora del Museo, Rosalia Torrent.  





Si comparamos las imágenes de cuando se inauguró el museo en el verano de 1972 y las que hoy podemos disparar paseando por el museo y su entorno urbano, comprobaremos el intenso camino recorrido social e individualmente. La estética gris y degradada de los últimos coletazos del franquismo frente a la luminosidad, la diversidad y la libertad de creación de la actual sociedad determinan un escenario cultural completamente distinto. El testimonio de caricatura social y de ironía política que los dos artistas plantearon en sus creaciones al aire libre, hoy se contempla con los ojos de quien recuerda la osadía del arte pop que transformó lo cotidiano, la trivialidad del mundo industrial y publicitario, en iconos de modernidad. 
Gabriel Cantalapiedra no ha podido disfrutar de esta puesta en valor del trabajo que realizó hace cuatro décadas, ya que falleció tiempo atrás. Pero sus familiares y Antonio Bellido Lapiedra (la otra mitad creativa del proyecto expositivo) han podido disfrutar la iniciativa actualizada del museo y han agregado su imagen real y bien viva a las fotos fijas de los figurines que nos permiten, al menos ilusoriamente, estar rodeados de algunas de las personas que pusieron en pie el Museo de Vilafamés y que hoy ya no están entre nosotros. 




La visita al Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés Vicente Aguilera Cerni (MACVAC) no defrauda, porque su característica de colección abierta, en la que el artista puede cambiar y vender la obra que deja en depósito para que se muestre en las salas, permite periódicamente renovar y sustituir las piezas expuestas. De manera que si un visitante regresa al Palau del Batlle unos años después se encontrará con nuevas esculturas y pinturas que le remiten al arte de vanguardia más representativo de la segunda mitad del siglo XX. 
El museo de Vilafamés es un raro ejemplo de la colaboración y el apoyo que algunos alcaldes franquistas, al final de su ciclo histórico, supieron prestar a intelectuales progresistas, como Aguilera Cerni, que llegó al ayuntamiento con el proyecto de abrir un museo para acoger los movimientos artísticos que precisamente se habían rebelado contra la dictadura. Otro ejemplo de esta contradicción política se descubre en Benidorm, donde su alcalde franquista Pedro Zaragoza se apoyó en los ecologistas de Mario Gaviria para preservar la calidad medioambiental de las playas del término municipal y fué abanderado del bikini frente a la iglesia inquisitorial para captar el turismo internacional.