Visito la exposición del MUVIM en Valencia dedicada a la trayectoria artística y vital del creador de moda Francis Montesinos y reconozco haberme encontrado con todo aquello que distingue a la tradición mediterránea. La moda de este valenciano universal ha bebido su arte en las costumbres y fiestas de su ciudad natal, para transformarlo en un lenguaje industrial, en un arte que estalla entre la luz del mediodía y los colores del arco iris.
En la sociedad actual la moda es cultura del mismo modo que la gastronomía es arte. De ahí que la entrada del diseño y formas de Montesinos a las salas del MUVIM supone el reconocimiento merecido y académico de la madurez cultural que este diseñador ha conseguido en su incansable trabajo de pasarelas. Un estilo que es industria y arte a la vez.
Nos recibe una de sus musas y de sus mejores clientas para lucir en la calle y en los salones las novedades de sus temporadas. La giganta de Carmen Alborch, exministra socialista de Cultura y feminista reconocida, representa a gran escala a todas las mujeres y hombres que Francis ha vestido desde los años 70. Nos da la bienvenida y nos introduce en ese mundo del Mare Nostrum que desde las meseta hasta ahora se representaba con el cromatismo de Sorolla y que a partir de esta exposición se debe identificar también con las imágenes y diseños del cosmos Montesinos.
Ha creado marca no sólo con las fibras naturales elegidas para aumentar la dinámica de sus trajes sino también con la estampación y diseño atrevido de tejidos que ayudan a obtener un brillante resultado en la visualización de la prenda de vestir. Diferente, distinto, atrevido en el uso de faldas para hombres y transparencias y prendas de punto para mujeres. Porque los roles de género son accesorios. También el mundo del coso taurino, tierra de hombres, se transforma en objeto de deseo femenino, hombres que aspiran a la androginia y oculta ambigüedad.
Recuerdo a Carmen en una fiesta entre amigos de los primeros años de democracia vestida simplemente con un maravilloso mantón de manila, uno de esos que lucen en las barandillas de las plazas, anudado a su hombro izquierdo. Ya era una referencia de mujer libre a la vez que profesora destacada de la academia universitaria.
La parte central de la exposición recoge una sugerente selección de los modelos más representativos de colecciones que se han lucido en las innumerables pasarelas creadas por el modisto. A destacar la gran fiesta de la moda española que presentó en la plaza de toros de Las Ventas en 1986. Ese año, en pleno desarrollo de la nueva sociedad del bienestar en nuestro país, tal vez supuso el momento álgido de su carrera creativa, y mostró su capacidad para adentrarse, por su forma de trabajar, en el mundo de las artes escénicas. Ha realizado numerosos vestuarios para musicales, espectáculos de ballet y danza contemporánea... entre otras variantes ejercidas de manera complementaria a su espacio central de creación.
En esta pasarela el patrón es el aire y el movimiento que crean determinadas fibras muy vinculadas a una ejecución artesana, el color de los jardines mediterráneos, sus aromas y fragancias, las líneas de la naturaleza que pocas veces marcan caminos rectos y armónicos, equidistantes y equilibrados. Aquí los tejidos vuelan, se ajustan para ser libres y transformarse en alas, para mostrar lo que está en la piel y en la voluptuosidad del cuerpo. Todo se descompensa a propósito.
La exaltación a la vida que transmite el recorrido por la sala nos presenta su lado escondido en un pequeña capilla marcada por el riguroso luto, en la que descubrimos al Francis que viste con mantillas y puntillas negras a las clavariesas que salen en las procesiones del Corpus y de la Mare de Deu del Desemparats, damas que desfilaban por delante de las puertas de su tienda y taller del barrio del Carme. Porque este modisto ha crecido y disfrutado con las fiestas de calle de su ciudad, y entiende que procesión y pasarela, más allá de connotaciones religiosas, deben ser espacios equivalentes de moda y canto al buen gusto y a la vida, aunque nos encontremos entre rituales de muerte.
La última imagen de la visita a la exposición pienso que no ha sido elegida por el comisario. El azar coloca delante de mi mirada, al final de una larga escalera exterior, una desafiante palmera, el árbol más representativo de la esencia mediterránea que tenemos los valencianos. No en vano el pintor Artur Heras convirtió este árbol en iconografía imprescindible de sus carteles de las primeras ediciones de la Mostra de Cinema del Mediterrani, alcanzando unos diseños muy eficaces y bellos.
Por efecto de la pandemia, que obliga a tener salida de público distinta al acceso, puedo finalizar la visita a la muestra, de manera coherente con el itinerario que os he descrito y que tuvo un buen comienzo: la giganta Carmen transformada en material combustible del mundo fallero, en icono de moda y comportamiento de unas cuantas generaciones, la mía por ejemplo, dispuestas a vivir transformando las cosas. Siempre en esta tierra el fuego al fin nos redime.