viernes, 16 de diciembre de 2011

RAFA DE CORRAL, LA METAFISICA DE LO URBANO

Por razones que no vienen a cuento seguí muy de cerca los primeros pasos del pintor bilbaíno Rafa de Corral, y ahora, unos cuantos años después, tengo la fortuna estética e intelectual de poder contemplar su última exposición que se presenta en el Colegio de Arquitectos de Valencia. De entrada, confieso que me ha llamado la atención la notable coherencia de sus creaciones desarrollada durante todo ese tiempo, la fidelidad a una poética que arrancó pegada al asfalto de la ciudad que pisamos cada día, la madurez, en definitiva, de un artista de carrera que, afincado en Valencia, sabe dar un paso más en cada muestra a partir de la aparente ciudad deshabitada y sin rostros que quiso dibujar cuando ofreció sus primeras exposiciones individuales a finales de los 90.
Cuando escribo este comentario tengo delante de mí un cuadro de pequeño formato de una calle sin nombre, de una ciudad sin nombre, una calle pequeña que puede estar en Montmartre, El Carmen o el Madrid de los Austrias. No importa, pero su imagen muestra amor y cuidado por ese espacio urbano, un callejón medio iluminado, sus balcones lucen macetas, sus pequeños árboles sombra. Nadie lo habita, pero está habitado. Intuyo que el pintor en este comienzo de camino quiere ser sobretodo observador, analista, respetuoso pero cargado de interrogantes. Como está empezando todavía no quiere calificar, como sabe pintar se comporta como un pintor académico y realista, aparente reproductor de la realidad urbana. Miraba la ciudad desde la ventana, desde las terrazas, desde las vias ferroviarias, desde las aceras. Un observador prudente que deseaba ir paso a paso.
Y precisamente esos orígenes son los que han permitido a Rafa de Corral comportarse ahora con la madurez técnica y la libertad de discurso estético, evidente en la exposición de Valencia. Porque por su alma y su cuerpo ha pasado todo un proceso creativo que le permite mostrar ahora con brillantez el interior arquitectónico, las estructuras técnicas, las formas geométricas que escondían los edificios antiguos de aquel apacible y convencional pequeño cuadro. Incluso más, el pintor, sigue proyectando sus formas sobre la ciudad, pero la urbe cada vez se encuentra más dentro de él, no necesita mirarla ni observarla. Muestra un afán permanente por recrear espacios metafísicos, y sin embargo afines a espacios posibles y conocidos, hermanados con formas y perspectivas que marcan la pintura de todos los tiempos. Creo que el soporte elegido de planos y diseños de un proyecto arquitectónico sobre cartón arrugado, en esta ocasión es un mero pretexto para hacer volar sus formas, para suspenderlas, si pudiera, de cielos inmensos, de horizontes enigmáticos. En esta muestra las pinturas son todavia planas, pero sus perspectivas estan reclamando salir del lienzo y quedar colgadas del techo.

Las evocaciones que sugieren sus composiciones remiten sin quererlo a la magnificencia de formas del edificio Veles i Vents, del arquitecto David Chiperfield, en la nueva marina del puerto de nuestra ciudad. Un edificio que goza de una perspectiva magnífica, pensado como planos monumentales que se deslizan unos sobre otros para crear palcos, tribunas, balcones, zonas de sombra desde donde contemplar el campo de competiciones naúticas.  Las formas contundentes, en ocres, negros y grises, de sus pinturas de perspectivas  a veces imposibles remiten a su imaginario vasco, en el que Chillida ha perforado el metal para sacarle aire, alma, emoción, como quien de la piedra o de los troncos de árboles construye una hazaña milenaria. Y los cielos es la parte más poética de sus composiciones, cielos de luz mediterránea que no sólo acompañan al sol sino que también expresan la tormenta, la gota fría, el vendaval, el granizo, la madrugada, el atardecer, la noche fría. 
Leo en el catálogo de la exposición que Rafa presentó en la sala de Renfe con el título de "Fragmentos urbanos" : "un observador interesado en descubrir las líneas, los volúmenes, los elementos industriales que conforman la ciudad. Mira desde las terrazas para perfilar el horizonte de antenas antes de fundirse con el inmenso cielo". Eso que escribí hace unos años me permite ahora añadir: Rafa ya no mira la ciudad, su observación le resulta pequeña, porque está dentro de sí mismo. La falta de proyecto al comenzar una carrera pictórica se compensa con la capacidad de observar, pero cuando ya se está en la madurez la observación se suple con la creación, con la intuición, con la búsqueda, con los impulsos de llegar a lo desconocido aplicando las técnicas que uno domina.

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