Las historias de maestros y maestras republicanos ya van conquistando una extensa bibliografía y un catálogo importante de producciones audiovisuales en nuestro país, resultado de la regulación política de la memoria histórica y de una nueva conciencia social e intelectual. Para regenerar la vida pública española muchos pensamos que es imprescindible dar voz y sepultura a los que fueron víctimas de la guerra española y víctimas también
de la manipulación ideológica e histórica implantada por el régimen de Franco
en la posguerra. Esto no es reabrir heridas. Al contrario, esta acción social y cultural es
intentar aproximarnos a la verdad y superar el dolor de la pérdida y la ausencia que se mantiene vivo en el
corazón de muchos españoles. Además, consiste en una buena medida política preventiva, para
ser conscientes de lo que conllevaría apoyar una política dictatorial y
fascista en el futuro.
El comentario lo hago a propósito del libro del profesor Ángel Luis López
Villaverde, "El ventanuco. Tras las huellas de un maestro republicano" (Almud Ediciones de Castilla La Mancha), que tuve la fortuna de presentar en la pasada edición del Festival Cinema Ciutadá Compromés, en la sesión que pasamos un documental de Paco Picó dedicado a Rodolfo Llopis, dirigente socialista que hizo de la docencia y la pedagogía un instrumento para crear personas libres. El volumen está escrito a raíz de la investigación que ha permitido reconstruir la
biografía de un maestro republicano, Gervasio Alberto López Crespo, el abuelo del autor,
víctima de las dos Españas, la republicana y la fascista, que dirimieron el futuro
del país a lo largo de tres años de guerra civil provocada por el golpe de
Estado de los militares y los falangistas, entre otros sectores sociales, para aplastar
la legalidad de la II República.
Esta biografía está marcada por las nuevas posibilidades educativas
que impulsó el dirigente socialista Rodolfo Llopis, en aquellos años, desde la dirección general del ministerio republicano. Los destinos profesionales de
Llopis y López Crespo se cruzaron en Cuenca antes de la república, a principio
de los años 20 del pasado siglo. El autor del libro adopta como propias las palabras de Josep Fontana en las que se
denuncia la falsa equidistancia que aducen los conservadores cuando se niegan a
impulsar la memoria histórica. “Confieso que nunca he entendido que se pueda
valorar del mismo modo una república que formó maestros, abrió escuelas y
creó bibliotecas públicas en los pueblos, y un régimen militar que asesinó a
maestros, cerró escuelas y bibliotecas y quemó libros”.
Con una fidelidad absoluta al conocimiento de su abuelo, fusilado en el paredón y representante de la España que
quería aprender y saber, López Villaverde ha agrupado
la biografía en tres grandes episodios: primero, los años en los que el pastor
Gervasio, nacido en un pueblo de La Alcarria, aprende y se transforma en Don
Gervasio, maestro de Almagro y otras poblaciones de las provincias de Ciudad
Real, Cuenca y Guadalajara. En la segunda parte seguimos el itinerario ideológico
del maestro que adquiere primero conciencia sindical en UGT y luego descubre el
proyecto republicano en Izquierda republicana sin renunciar a su arraigada fe
católica. El tercer período de la biografía es el más triste, es el que ha
marcado la tragedia familiar a la que dedica el autor su libro, la violencia roja y azul que torturó a Gervasio Alberto, pese a que ejerció en su comunidad de persona justa y marcada por la dignidad social. Lo descubrimos en el libro como una persona que intentó no
perder la esperanza, observando el trozo de cielo, que el pequeño ventanuco de su encierro, junto a la Plaza Mayor de Almagro, le permitía ver cada día, a pocas fechas de producirse su ejecución.
El autor aprovecha la biografía de su abuelo para dar vuelo y perspectiva a la microhistoria que representa su
trayectoria vital y familiar, y ese camino metodológico le permite seguir escribiendo la gran historia
contemporánea de la sociedad manchega, de la sociedad local de la ciudad de
Almagro, haciendo uso de investigaciones anteriores, de archivos y numerosa
documentación que convierte la lectura del libro en una tarea entretenida, atractiva y sugerente. Para organizar el relato cuenta no sólo con los
testimonios, recuerdos y archivos de la familia, amigos y vecinos, sino
también con las colaboraciones que López Crespo publicó en varios semanarios de
la época exponiendo sus opiniones sobre la sociedad, la educación y la cultura.
De manera especial en la revista La Tierra Hidalga y después en el semanario
conservador Renovación, donde hizo pública su fe republicana. Recordemos que el
protagonista del libro ejerció de maestro en una sociedad atrasada, donde era
analfabeto uno de cada dos hombres y dos de cada tres mujeres.
La confesión republicana que Gervasio escribió en esos medios esconde ecos que todavía hoy se pueden escuchar en España: “Ser republicano equivale a ser señor de sí mismo, soberanos de sus propias decisiones, forjador de sus propias leyes, tener conciencia de su propio valer… ser monárquico, en cambio, equivale a cesión de derechos, a abandono de funciones, a confiar nuestro porvenir en la suerte de los hados”. Este libro es un acto de amor a la memoria familiar y a la verdad histórica, es un acto de reconocimiento a los valores republicanos que por desgracia en la historia española han tenido, hasta ahora, un recorrido institucional muy corto: dos años en el siglo XIX y ocho en el siglo XX.
La confesión republicana que Gervasio escribió en esos medios esconde ecos que todavía hoy se pueden escuchar en España: “Ser republicano equivale a ser señor de sí mismo, soberanos de sus propias decisiones, forjador de sus propias leyes, tener conciencia de su propio valer… ser monárquico, en cambio, equivale a cesión de derechos, a abandono de funciones, a confiar nuestro porvenir en la suerte de los hados”. Este libro es un acto de amor a la memoria familiar y a la verdad histórica, es un acto de reconocimiento a los valores republicanos que por desgracia en la historia española han tenido, hasta ahora, un recorrido institucional muy corto: dos años en el siglo XIX y ocho en el siglo XX.
La reconstrucción informativa que nos ofrece el historiador López Villaverde, se
sitúa entre los diferentes géneros narrativos que han practicado antes que él numerosos historiadores, escritores y novelistas, que han dedicado a esta etapa
de la historia española, un ensayo, una biografía, una crónica, una encuesta
documentada, y yo añadiría, una novela sin ficción. ¿Se encuentra El ventanuco en la línea literaria de esta última variedad de género?
Valoro esta biografía como un libro de libros. En sus páginas encontramos constantes
referencias a los libros y ensayos que el autor ha leído para construir y
documentar su relato. Las últimas 150 páginas del volumen son tan interesantes
como las 300 páginas primeras dedicadas a la vida del maestro homenajeado. Y
son interesantes porque el autor habla en primera persona y muestra sin reservas los hilos manejados por otros autores que le han permitido tejer su emotivo relato.
Confieso que cuando conocí el título del libro me quedé desconcertado. No sabía a qué se refería. Pero al leer la biografía ya lo entendí. Lo explica con detalle el autor. El ventanuco es una pequeña apertura en una pared, que todavía se puede contemplar desde la plaza principal de Almagro, que en el 36 fue una cárcel y ahora representa la fuerza evocativa e imaginativa que López Villaverde ha empleado en la reconstrucción de la vida de un ser querido al que nunca conoció. El ventanuco es el único espacio por donde pudo entrar un rayo de luz en un período negro, violento, destructivo y agresivo de la vida española. El autor se ha inspirado en ese rayo de esperanza que le transmitía ver desde lejos la pequeña ventana, para rendir un justo homenaje a su abuelo, a sus padres y tíos, a todos los maestros y maestras republicanos que intentaron dar dignidad y autonomía a millares de jóvenes ,que en su mayoría vivían rodeados de analfabetismo en las zonas rurales. López Villaverde sigue contemplando el ventanuco, testimonio de la prisión que existió en Almagro, para expresar su fidelidad a un pasado familiar que ha marcado y marca el tiempo presente de la sociedad en la que vive.