La entrega a título
póstumo del Premio Extraordinario Cavanilles de Turismo al escritor José Soler Carnicer,
galardón que concedemos anualmente los periodistas y escritores de viajes y
turismo valencianos, me permite hablar de algunos de sus numerosos libros. Deseo escribir sobre dos libros que me ayudaron a alimentar mi vocación escritora y viajera. Leer los dos
volúmenes de Rutas valencianas, editados
por el diario Las Provincias en 1963
y 1964, despertó en mí, cuando era adolescente, una curiosidad y un interés por el territorio valenciano, afición que he mantenido viva a lo largo de mi vida, desarrollada y expresada en una extensa bibliografía, e innumerables publicaciones, documentales de televisión y artículos de prensa.
El 6 de octubre de 1956 el
diario decano estrenó una nueva sección de huecograbado, unas atractivas páginas
color verde destinadas a recoger los viajes de Soler por nuestras tierras y
paisajes, y su publicación periódica generó después los dos libros a los que me refiero. El éxito de
la sección, que registró 118 entregas semanales, se alcanzó en los
últimos años de la dirección de Martín Domínguez al frente del periódico, y
continuó cuando fue sustituido por José Ombuena en 1958.
Desde mi punto de vista
en estos libros, que reúnen un conjunto ordenado de 30 rutas, el autor ya
marca su característico estilo informativo, literario y de divulgación geográfica. En los años ochenta
tuvieron una versión ampliada, escrita en valenciano, en los tres volúmenes editados por
Tres i Quatre. Las 53 rutas que recogen estos tres nuevos libros fue un paso más en el
exigente camino de ediciones emprendido por Soler Carnicer en aquellos años.
Todo aquel esfuerzo informativo y documental dió como resultado, poco después,
su gran obra de madurez, los cuatro volúmenes de Nuestras tierras, editados por Vicent Garcia Editores, y un quinto
volumen, Nuestros pueblos, que en
cierto modo representaron la puesta al día de las observaciones del naturalista
Cavanilles y de otros reconocidos viajeros y cronistas de nuestra tierra. Por esta y otras razones, el premio que hemos entregado a su familia tres años después de su muerte (falleció el 22 de mayo de 2020) está plenamente justificado. Pepe Soler es nuestro Cavanilles del siglo XXI.
Los libros de rutas, en la especialidad de las ediciones de viajes y turismo, constituyen un género que
siempre daban buenos resultados comerciales antes de que la información virtual copara las consultas viajeras. En
cierto modo ayudaron a potenciar el viaje por geografías locales en coche
privado y a favorecer salidas en moto para desplazarse por un país que conocíamos poco pese a trabajar y vivir en el. En los años 60 estábamos de moda los domingueros que podíamos coger la Vespa
o subir al Seiscientos para conocer de manera autónoma, sin depender de nadie, destinos
valencianos alejados de la ciudad donde residíamos. Precisamente, para facilitar la redacción de estas rutas uno de los propietarios de Las Provincias, el empresario Enrique
Reyna, le ofreció un medio de transporte, pues Pepe Soler no disponía de vehículo: coger su Vespa, que tenía parada en el garaje, hasta que el escritor pudiera comprar un Dos
Caballos. El escritor lo cuenta en la edición privada de Todo empezó en la Fonteta (Sergraf Integral, 2013), una sintética autobiografía, ilustrada y novelada, muy interesante para conocerle mejor.
En el prólogo del
primer libro, que reproduce La Albufera en la portada, Martín Domínguez elogia el éxito de la sección de rutas que él
puso en marcha porque “era un indicio consolador del resurgimiento de un
patriotismo local nutrido no por vagas y abstrusas nebulosas de tópicos
románticos, sino por el pan y la sal directísimos del ansía de conocer y
recorrer la tierra propia”. Antes de esta reflexión, describe al autor como “salido de ese mundo
entusiasta, puro y ejemplar de los excursionistas valencianos, merecedores en
todo de ser compatriotas de Cavanilles”. En la
década de los 60, España comienza a abrirse
al turismo internacional y los españoles también empezamos a
interesarnos por descubrir los parajes poco conocidos de la tierra, la patria,
el país en el que vivimos.
Cada ruta, en los libros editados por el periódico, está marcada
por un primer gráfico que indica la longitud del recorrido, el itinerario
principal y los lugares interesantes. A continuación, el dibujo del viaje sobre
un mapa ayuda a convertir el volumen en compañero informativo al que se
consulta directamente en ruta, mientras el copiloto va leyendo las indicaciones
y consideraciones del autor. Pepe Soler pone en cursiva en la
cabecera de la ruta una reflexión subjetiva sobre el ambiente social y
paisajístico que el viajero va a encontrar en el itinerario elegido. Luego, el
texto general se divide en diferentes apartados que marcan zonas comarcales
diversas. A lo largo del capítulo numerosas fotos anticipan la experiencia de
lo que el viajero quiere conocer. También pequeños planos
insertados en el texto ayudan a una lectura parcial y básica de fragmentos del
mapa general situado al inicio del capítulo. En definitiva, el autor
reúne en una maqueta inteligente y eficaz los elementos informativos necesarios
para hacer atractiva la propuesta, que incluye también tramos
a pie por montaña. Y todo ello gracias al trabajo de varias personas a las que
el autor reconoce de corazón su colaboración: archivos fotográficos de Luis
Dupuy, Vicente Ferris Garcia, Centro Excursionista de Valencia, entre otros;
planos y dibujos de Vicente Izquierdo y equipo técnico de la imprenta donde
se trabajó el libro, los talleres tipográficos de Papelería Vila.
La relación con la orografía
y la realidad geográfica, con el paisaje natural, es prioritaria en el
trabajo de campo que realiza Soler. Actúa como un exigente excursionista que
cuenta lo que ve y estructura la ruta de acuerdo a la lógica interna de cada
paraje. Considera el itinerario como una sucesión de cuencas de ríos, o cursos
marcados por generosas fuentes, y de sierras, cumbres y picos que determinan
los espacios de asentamientos urbanos y de culturas antiguas (romanos, iberos,
árabes) que se apropiaron del territorio para transformarlo en productivo y protegido de agentes externos destructores.
En la justificación del
libro habla de la metamorfosis que ofrecen los elementos iconográficos del
paisaje valenciano al viajero que, desde el interior de la meseta castellana,
cruza nuestra tierra para alcanzar el Mediterráneo: primero encuentra pinos, luego
viñedos, algarrobos, olivos, naranjos, productos de la huerta, acequias de agua
dulce, flores, arroz y agua de mar. Una bella descripción de la dualidad
montaña-playa que nos define.
El éxito de ventas
alcanzado por el primer volumen animó al periódico a publicar el segundo en 1964. Si el
primero estuvo dedicado a la memoria de su abuelo paterno, este lo dedicó a sus
padres que “fuera de ella, me enseñaron a querer a Valencia”. José Soler había
nacido en el barrio de Ruzafa pero por represalias del franquismo contra su
padre, que había sido comandante republicano, la familia vivió fuera de su
tierra, en Asturias, varios lustros. Esa biografía menos
conocida de nuestro querido autor recuerdo que afloró cuando le presenté hace
unos cuantos años su novela breve La guerra no terminó el 1 de abril de 1939,
ganadora del premio Villa de Chiva 2003. Es una historia de amores truncados
por la contienda española, con el conflicto social que para muchas familias
significó tener a sus allegados como presos políticos obligados a construir la
presa de Benagéber después de la guerra civil. En las dos dedicatorias late, por tanto, el pulso de un sentido homenaje al sufrimiento
de sus mayores.
La portada del segundo volumen está
dedicada a los característicos picos del paraje Els Frares de la Serrella, de
Quatretondeta. Una foto de Jarque, tratada técnicamente en el laboratorio,
permite al escritor responder a la pregunta que fue título de uno de sus primeros
artículos en prensa: ¿También hay
montañas en Valencia? La franja litoral, llana, productiva, muy habitada,
siempre se llevaba la palma informativa cuando se hablaba del paisaje valenciano.
Pero Soler Carnicer trabajó incansablemente por popularizar la diversidad y los
contrastes geográficos valencianos, y para ello equiparó el amplio paisaje de interior y de
montaña con el tópico universal de Valencia, huerta, sol y playa. Por esta razón, las 14 rutas de este segundo
libro constituyen un gran homenaje al interior de montañas, picos, viñedos y
frutales.
El director de Las Provincias, José Ombuena, reconoce
en el prólogo del segundo volumen el sentido empírico y la veracidad con que el
autor escribe sus rutas: “Viaja y cuenta lo que ve, tal como lo ve, haciéndonos
la merced preciosa de un inventario fiel de pueblos y paisajes”. Esta gran dosis
de realidad determina mucho su estilo literario, preciso, objetivo,
descriptivo, con vocación de permanencia, sin adjetivos innecesarios. En todo
momento Pepe Soler evita una información rápida y utilitaria como la que hoy en
día define el género viajero de las rutas o escapadas de fin de semana.
La difusión y reedición
que tuvieron ambos libros durante largos años demuestran que el autor supo
empezar en los años sesenta del pasado siglo una dilatada y solvente trayectoria de reconocido escritor de viajes y turismo, esfuerzo que nosotros ahora compensamos y homenajeamos con el reconocimiento y el premio entregado a la viuda e hijas del gran amigo.