martes, 21 de noviembre de 2023

LAS RUTAS VALENCIANAS DE SOLER CARNICER

La entrega a título póstumo del Premio Extraordinario Cavanilles de Turismo al escritor José Soler Carnicer, galardón que concedemos anualmente los periodistas y escritores de viajes y turismo valencianos, me permite hablar de algunos de sus numerosos libros. Deseo escribir sobre dos libros que me ayudaron a alimentar mi vocación escritora y viajera. Leer los dos volúmenes de Rutas valencianas, editados por el diario Las Provincias en 1963 y 1964, despertó en mí, cuando era adolescente, una curiosidad y un interés por el territorio valenciano, afición que he mantenido viva a lo largo de mi vida, desarrollada y expresada en una extensa bibliografía, e innumerables publicaciones, documentales de televisión y artículos de prensa. 

El 6 de octubre de 1956 el diario decano estrenó una nueva sección de huecograbado, unas atractivas páginas color verde destinadas a recoger los viajes de Soler por nuestras tierras y paisajes, y su publicación periódica generó después los dos libros a los que me refiero. El éxito de la sección, que registró 118 entregas semanales, se alcanzó en los últimos años de la dirección de Martín Domínguez al frente del periódico, y continuó cuando fue sustituido por José Ombuena en 1958.

Desde mi punto de vista en estos libros, que reúnen un conjunto ordenado de 30 rutas, el autor ya marca su característico estilo informativo, literario y de divulgación geográfica. En los años ochenta tuvieron una versión ampliada, escrita en valenciano, en los tres volúmenes editados por Tres i Quatre. Las 53 rutas que recogen estos tres nuevos libros fue un paso más en el exigente camino de ediciones emprendido por Soler Carnicer en aquellos años. Todo aquel esfuerzo informativo y documental dió como resultado, poco después, su gran obra de madurez, los cuatro volúmenes de Nuestras tierras, editados por Vicent Garcia Editores, y un quinto volumen, Nuestros pueblos, que en cierto modo representaron la puesta al día de las observaciones del naturalista Cavanilles y de otros reconocidos viajeros y cronistas de nuestra tierra. Por esta y otras razones, el premio que hemos entregado a su familia tres años después de su muerte (falleció el 22 de mayo de 2020) está plenamente justificado. Pepe Soler es nuestro Cavanilles del siglo XXI.

Los libros de rutas, en la especialidad de las ediciones de viajes y turismo, constituyen un género que siempre daban buenos resultados comerciales antes de que la información virtual copara las consultas viajeras. En cierto modo ayudaron a potenciar el viaje por geografías locales en coche privado y a favorecer salidas en moto para desplazarse por un país que conocíamos poco pese a trabajar y vivir en el. En los años 60 estábamos de moda los domingueros que podíamos coger la Vespa o subir al Seiscientos para conocer de manera autónoma, sin depender de nadie, destinos valencianos alejados de la ciudad donde residíamos. Precisamente, para facilitar la redacción de estas rutas uno de los propietarios de Las Provincias, el empresario Enrique Reyna, le ofreció un medio de transporte, pues Pepe Soler no disponía de vehículo: coger su Vespa, que tenía parada en el garaje, hasta que el escritor pudiera comprar un Dos Caballos. El escritor lo cuenta en la edición privada de Todo empezó en la Fonteta (Sergraf Integral, 2013), una sintética autobiografía, ilustrada y novelada, muy interesante para conocerle mejor.

En el prólogo del primer libro, que reproduce La Albufera en la portada, Martín Domínguez elogia el éxito de la sección de rutas que él puso en marcha porque “era un indicio consolador del resurgimiento de un patriotismo local nutrido no por vagas y abstrusas nebulosas de tópicos románticos, sino por el pan y la sal directísimos del ansía de conocer y recorrer la tierra propia”. Antes de esta reflexión, describe al autor como “salido de ese mundo entusiasta, puro y ejemplar de los excursionistas valencianos, merecedores en todo de ser compatriotas de Cavanilles”. En la década de los 60, España comienza a abrirse  al turismo internacional y los españoles también empezamos a interesarnos por descubrir los parajes poco conocidos de la tierra, la patria, el país en el que vivimos.

Cada ruta, en los libros editados por el periódico, está marcada por un primer gráfico que indica la longitud del recorrido, el itinerario principal y los lugares interesantes. A continuación, el dibujo del viaje sobre un mapa ayuda a convertir el volumen en compañero informativo al que se consulta directamente en ruta, mientras el copiloto va leyendo las indicaciones y consideraciones del autor. Pepe Soler pone en cursiva en la cabecera de la ruta una reflexión subjetiva sobre el ambiente social y paisajístico que el viajero va a encontrar en el itinerario elegido. Luego, el texto general se divide en diferentes apartados que marcan zonas comarcales diversas. A lo largo del capítulo numerosas fotos anticipan la experiencia de lo que el viajero quiere conocer. También pequeños planos insertados en el texto ayudan a una lectura parcial y básica de fragmentos del mapa general situado al inicio del capítulo. En definitiva, el autor reúne en una maqueta inteligente y eficaz los elementos informativos necesarios para hacer atractiva la propuesta, que incluye también tramos a pie por montaña. Y todo ello gracias al trabajo de varias personas a las que el autor reconoce de corazón su colaboración: archivos fotográficos de Luis Dupuy, Vicente Ferris Garcia, Centro Excursionista de Valencia, entre otros; planos y dibujos de Vicente Izquierdo y equipo técnico de la imprenta donde se trabajó el libro, los talleres tipográficos de Papelería Vila.

La relación con la orografía y la realidad geográfica, con el paisaje natural, es prioritaria en el trabajo de campo que realiza Soler. Actúa como un exigente excursionista que cuenta lo que ve y estructura la ruta de acuerdo a la lógica interna de cada paraje. Considera el itinerario como una sucesión de cuencas de ríos, o cursos marcados por generosas fuentes, y de sierras, cumbres y picos que determinan los espacios de asentamientos urbanos y de culturas antiguas (romanos, iberos, árabes) que se apropiaron del territorio para transformarlo en productivo y protegido de agentes externos destructores.

En la justificación del libro habla de la metamorfosis que ofrecen los elementos iconográficos del paisaje valenciano al viajero que, desde el interior de la meseta castellana, cruza nuestra tierra para alcanzar el Mediterráneo: primero encuentra pinos, luego viñedos, algarrobos, olivos, naranjos, productos de la huerta, acequias de agua dulce, flores, arroz y agua de mar. Una bella descripción de la dualidad montaña-playa que nos define.

El éxito de ventas alcanzado por el primer volumen animó al periódico a publicar el segundo en 1964. Si el primero estuvo dedicado a la memoria de su abuelo paterno, este lo dedicó a sus padres que “fuera de ella, me enseñaron a querer a Valencia”. José Soler había nacido en el barrio de Ruzafa pero por represalias del franquismo contra su padre, que había sido comandante republicano, la familia vivió fuera de su tierra, en Asturias, varios lustros. Esa biografía menos conocida de nuestro querido autor recuerdo que afloró cuando le presenté hace unos cuantos años su novela breve La guerra no terminó el 1 de abril de 1939, ganadora del premio Villa de Chiva 2003. Es una historia de amores truncados por la contienda española, con el conflicto social que para muchas familias significó tener a sus allegados como presos políticos obligados a construir la presa de Benagéber después de la guerra civil. En las dos dedicatorias late, por tanto, el pulso de un sentido homenaje al sufrimiento de sus mayores.

La portada del segundo volumen está dedicada a los característicos picos del paraje Els Frares de la Serrella, de Quatretondeta. Una foto de Jarque, tratada técnicamente en el laboratorio, permite al escritor responder a la pregunta que fue título de uno de sus primeros artículos en prensa: ¿También hay montañas en Valencia? La franja litoral, llana, productiva, muy habitada, siempre se llevaba la palma informativa cuando se hablaba del paisaje valenciano. Pero Soler Carnicer trabajó incansablemente por popularizar la diversidad y los contrastes geográficos valencianos, y para ello equiparó el amplio paisaje de interior y de montaña con el tópico universal de Valencia, huerta, sol y playa. Por esta razón, las 14 rutas de este segundo libro constituyen un gran homenaje al interior de montañas, picos, viñedos y frutales. 

El director de Las Provincias, José Ombuena, reconoce en el prólogo del segundo volumen el sentido empírico y la veracidad con que el autor escribe sus rutas: “Viaja y cuenta lo que ve, tal como lo ve, haciéndonos la merced preciosa de un inventario fiel de pueblos y paisajes”. Esta gran dosis de realidad determina mucho su estilo literario, preciso, objetivo, descriptivo, con vocación de permanencia, sin adjetivos innecesarios. En todo momento Pepe Soler evita una información rápida y utilitaria como la que hoy en día define el género viajero de las rutas o escapadas de fin de semana. 

La difusión y reedición que tuvieron ambos libros durante largos años demuestran que el autor supo empezar en los años sesenta del pasado siglo una dilatada y solvente trayectoria de reconocido escritor de viajes y turismo, esfuerzo que nosotros ahora compensamos y homenajeamos con el reconocimiento y el premio entregado a la viuda e hijas del gran amigo. 


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